¡Hola!
¡Hey! ¡Hello!
¿Cómo
estás? ¿Cómo va la vida? Complicadas preguntas, lo sé. Y las
respuestas son más complicadas todavía. Lleva toda una vida, y a
veces dos, dar con ellas.
Espero
que por allí las cosas te vayan más o menos bien. Aunque mis
recuerdos de entonces empiezan a ser algo difusos, sé que hubo
bastantes lágrimas y algún atracón de dulces entre páginas y
páginas de historias que deseábamos que fueran nuestras. Qué
maravillas leíamos, ¿verdad?
Se
me hace tarde, las nostalgias me pesan y por eso las voy dejando en
algún cruce de caminos. No es que tenga mala memoria, es que el
camino es largo. Y aún queda mucho por descubrir.
Además,
el futuro es extraño. Está lleno de agujeros de gusano, charcos de
mierda, encerronas, y laberintos cambiantes, en los que te puedes ver
atrapada si no actúas enseguida a brazos rotos.
Así
que comprenderás que no tenga tiempo para una larga carta llena de
consejos, recriminaciones, avisos, achuchones ni palmaditas en la
espalda.
Y a
ti se te hará aún más tarde si no das tus propios pasos.
Con
este telegrama mental quiero decirte que muevas el culo del sofá y
abras tu cerebro al mundo.
Sí,
lo sé, la felicidad era otra cosa. ¿Qué cosa? Ah… eso está por
descubrir todavía.
Más
que felicidad habrá pequeñas dosis de momentos buenos, como
aquellas gominolas de colores que todavía nos encantan. Ten cuidado,
si te los comes todos de golpe te sentarán mal. Hay que saber
dosificarse.
Y,
por supuesto: habrá peligros; en forma de críticas destructivas y
crueles, agravios comparativos que te harán aún más pequeña,
sonrisas sibilinas de gentes con doble cara, excursiones a lugares
donde la enfermedad y la muerte se dan la mano...
Y
caerás en profundos pozos negros y por unos momentos, que te
parecerán una eternidad, te quedarás sorda y ciega. Y nadie te
ayudará a salir; solo tú y tu tesón encontrarán la bombilla, se
encenderá una luz y encontrarás la escalera. Escoge la que sube,
pero si a lo mejor das con la que baja, no desistas. Respira hondo y
mira siempre hacia arriba.
No
te pares. Cada escalón que subas te hará salir de ese lodo negro.
De tu propia angustia, de tu incómoda zona de confort. Hasta que te
deshagas de tu caparazón, cambies de colchón, saltes varias veces
encima, casi hasta el Cielo. Y así descubras a tu verdadero YO. Si
no saltas los demás tampoco conseguirán verte. A tu YO bueno. A una
TÚ más TÚ.
Respira
hondo y camina ligero. La carga se irá redistribuyendo y el camino
se te hará un poco más fácil de recorrer. Descansa, libera tus
pesos y tus miedos; déjalos entre las rocas, que se sequen al sol, o
que se hundan en la mierda sin que te arrastren, aunque tal vez te
manches un poco. El olor se quita.
Te
aviso. No hay atajos, y aunque veas alguno señalizado, no sirven. Te
perderás y será peor. Tu cerebro dará miles y miles de vueltas,
rumiará y se atormentará. Evita siempre los atajos que llevan al
infierno de las rumiaciones y el dolor.
¡Mucho
OJO con los agujeros negros! A veces se disfrazan tan bien que ni los
profesionales consiguen despistarlos. El truco está en no mirar
hacia abajo demasiado tiempo.
Ánimo,
yo sigo intentando salir de este laberinto. En el futuro son como el
arco iris. Aparecen cuando menos te lo esperas y sus colores suelen
ser engañosos. Incluso vienen con mensajes motivadores que producen
justo el efecto contrario. No los leas. Fíjate en sus colores y
hazlos tuyos. El tono justo dependerá de la mirada que tú les
pongas.
Corto
y cambio. See you! Ciao!
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