Los
recuerdos se me deberían de acumular, pero algo ha hecho que tienda
a ir hacia el olvido. He sido más de lo que soy y sin quererlo ya no
me parezco a lo que fui. Hasta hace poco tiempo guardaba el aroma de
mis cobijados, pero ni eso me queda.
Hace
años, podría vérseme muy vieja pero una vejez con encanto.
Cuando
miraba hacia atrás veía al lado izquierdo una panera que bajo ella
resguardaba un carro de vacas y otros utensilios de labranza. Por mi
ventana derecha veía un huerto de árboles frutales y más allá el
mar.
En
cambio, si miraba hacia adelante veía prados y no muy lejos, otras
casas de vecinos. De muy buenos vecinos Como los del Fraile o más a
la derecha los del Rexidor.
Mi
fachada delantera hace años era más alegre, engalanada con un gran
balcón como caracteriza a una casa de labranza asturiana.
Desde
ese corredor podía ver a todos los labradores que tenían finca
dirección al puerto Llampero, más popularmente conocido como “Molín
del puerto”, ir a segar o a sembrar o a recoger cosecha. Al
principio todos usaban carro arrastrado por su pareja de vacas,
luego, con el paso del tiempo todos se compraron un tractor.
Yo
siempre tuve mucho de protectora y entre mis cuatro paredes albergué
durante muchos años a una familia que, para mí, fue la mía. Fue la
última generación de personas que respetaron mis cuatro paredes, y
mi orgullo de balcón. Yo no fui una casa muy grande pero tampoco era
pequeña. En tiempos en los que las personas se venían a trabajar a
Avilés, me dividieron en dos, parte de arriba y parte de abajo,
cuando toda mi vida había sido arriba y abajo sin divisiones. Pero
mi propietario decidió hacer más dinero arrendándome a dos
familias diferentes. Cuando se quiere ganar dinero destrozar una
casería no cuesta trabajo.
Intento
recordar aquellas vivencias, sería mucho lo que tendría que
recordar, caseros, personas que vivieron unos arriba y otros abajo,
¿Qué familias hay en mi memoria? Recordar, sí, recordar cuando se
tienen más de cien años y un reciente remodelado, ¿Qué podría
recordar? ¿anécdotas felices? Los niños jugando en la antojana. A
veces peleas de vecinos, por cualquier tontería y algún que otro
drama.
Yo
ya no soy la sombra de lo que fui. De casa de pueblo lo tengo todo,
porque estoy ubicada en una aldea llamada San Martín de Podes, al
norte del norte.
No
acostumbro a hablar de mí misma, pero yo, la que fui una casa típica
de pueblo asturiano, he dejado de ser a vista de todos una casa de
principios del siglo XIX para ser un esperpento que ni ve el mar,
porque los frutales del huerto han crecido, que ni ve pasar
tractores, ni vacas, porque todo ha desaparecido. Eso sí, me queda
el aire puro, pero como no respiro, me da igual.
Me
han comprado para destrozar mi alma de casa rustica, de casa añeja,
¿Y creen que así se vive mejor? Yo no vivo, es cierto, pero sus
vidas eran mi vida. No eran personas malas las que un día habitaron
en mis entrañas. No quiero pasar a la historia como una de esas
casas con malas vibraciones y es que en este presente soy testigo de
una maldad que al principio se escondía. Las personas que envenenan
animales no pueden ser buenas y no puedo escaparme de esta maldad que
crece por momentos. Ya no soy la sombra de lo que fui.
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