Mi
pueblo
es pequeño, según el padrón 473 vecinos, pero vivir lo que se dice
vivir no llegamos a cien, los otros son oriundos que residen en
ciudades, hubo subvenciones para rehabilitar viviendas y necesitaron
empadronarse al arreglar las casas de sus abuelos. Regresan en
vacaciones o puentes, siendo siempre bienvenidos por que también
forman parte de este lugar aunque habitualmente estén fuera.
Con
todo este follón del coronavirus apenas ha habido movimiento en el
pueblo, primero
la cuarentena y luego las etapas de desescalada fuimos obedientes y
no tuvimos ningún enfermo del virus. Hace poco hubo unos cuantos
infectados en la comarca por un par de brotes y nos volvieron a
confinar, en esos días tuvimos un único caso, Tomás el hijo
pequeño de los Taira, trabaja en Portugal y en cuanto pudo se escapó
a visitar a sus padres. Menos mal que en esa familia no son
besucones y sólo él se contagió, aún así sus progenitores
tuvieron que encerrarse dos semanas por precaución. El señor
alcalde se volcó con ellos proporcionándoles comida y medicinas
hasta que pudieran salir de casa.
Por
si no fuera poco tuvimos votaciones el día 12, manteniendo los
nombramientos de la vez anterior que no se pudo votar, una servidora
la presidenta de la mesa
A2 junto con Antía e Iria como secretaria y vocal. A mitad de
semana el Alcalde nos convocó para explicarnos nuestros cometidos y
todo el protocolo de seguridad que debíamos mantener para evitar más
contagios. Tonterías porque en el pueblo
estábamos todos sanos, pero aún así había que cumplirlo.
Dos
días antes de las votaciones las de la mesa
nos pusimos en contacto para llevarnos algo de comer, si bien
teníamos cerca nuestras casas pensamos que era mejor almorzar allí
y así estar pendientes de la mesa
hasta el final del recuento de votos. Antía llevó una empanada de
zamburiñas, Iria lacón con patacas y yo una torta de calabaza, el
café lo encargamos a Lía la viuda que regenta el único mesón del
pueblo
y que hace un café de pota muy rico.
Llegó
el día 12 abriendo con normalidad nuestra Mesa
electoral A2, nos tocó el aula más grande de la escuela. El
alguacil era el encargado de ir pasando de uno en uno a los votantes.
Nuestra lista estaba formada mayormente por oriundos y debido a las
fuertes medidas de seguridad por el nuevo confinamiento ninguno
apareció, aunque tuvimos que estar hasta última hora por si acaso.
A nuestra mesa
se unieron dos interventores, Antón del BAG y Brais del QTR, éste
último se le veía muy jovencillo y más despistado que nosotras en
esto de las votaciones.
La
jornada fue tranquila, a pesar de la mascarilla no perdimos las ganas
de charlar. Nosotras nos conocemos de toda la vida y trabajamos en
la conservera, pero al no pertenecer al mismo círculo de amistades
intentamos ponernos un poco al día de nuestras vidas. Nos chocaba
que el interventor del BAG se ausentara a menudo del aula, hasta que
nos dimos cuenta que era fumador, el pobre no aguantaba más de media
hora. Era el otro cativo del QTR quien anotaba en las dos listas los
que votaban. Este último apenas se movía de la silla, hasta que no
le sugerimos que podía levantarse e ir al baño, ni se le había
ocurrido, un poco pardillo parecía.
A
eso de las dos de la tarde nos entró hambre y en una esquina del
aula dispusimos una mesa con nuestras viandas, debidamente separadas
metro y medio, dimos buena cuenta de la rica cocina de cada una. Si
se acercaba alguien a votar, parábamos de comer y atendíamos
debidamente a nuestro votante, con mascarilla por supuesto. Hubo un
momento en que al interventor del QTR se le iban los ojos hacia
nuestros manjares, en toda la mañana no había bebido ni comido,
estaba a palo seco y ni siquiera le habían surtido de un triste
bocadillo. Me dio tanta pena, que cuando terminamos de tomar el café
le puse en un plato de papel un trozo de cada y se lo ofrecí, no
hizo falta que se quitase la mascarilla para notar su gran sonrisa y
lo muerto de hambre que estaba.
Finalizó
la jornada con el recuento de votos, recogimos las papeletas y los
sobres, era el alguacil el encargado de llevarlo todo hasta el
ayuntamiento, lo único que tuve que hacer fue llamar por teléfono y
dar los resultados después de haber firmado todos. Recogimos
nuestras cosas y cada uno para su casa. Ya nos enteraríamos por la
televisión de cómo había ido en el resto de la autonomía.
Al
acostarme cansada no madrugué y después de un tranquilo desayuno me
llama el alcalde para acudir hasta su despacho al haber surgido un
problema. La intriga me corroía y acudí rauda y veloz. El
Ayuntamiento se encontraba rodeado de gente de fuera, parecían
periodistas, algunos con cámaras y muchos con micrófonos y móviles
intentando captar impresiones o comentarios de vecinos, ¡menudo
revuelo!.
En
el despacho ya estaban Antía e Iria, repentinamente pensé que en la
jornada anterior habíamos hecho algo mal, pero cuál fue la sorpresa
cuando el alcalde nos pregunta si habíamos querido hacer cambiar de
bando al muchacho del QTR. ¿Qué? –le grité sorprendida. ¿Qué
es eso de cambiar de bando? Explicó que el chico sorprendido con
nuestra generosidad y buena cocina, había hecho una foto al plato de
comida que le ofrecimos y subiéndolo a las redes sociales comentó
que se pasaba a nuestro partido porque el suyo le mataba de hambre,
se sentía abandonado en una larga jornada de votación y ni un
simple botellín de agua le habían suministrado. ¿Qué partido?
–pregunté al alcalde, ¡si no somos de ningún partido!
Esa
era la cuestión, alguien leyó el comentario y comprobó que en
nuestra mesa sólo hubo votos para el PIG, el partido que salió
ganador en las elecciones, presuponiendo que hubo amaño al
introducir papeletas en la urna. Estaba tan furiosa por achacarnos
un pucherazo que salí corriendo dejando al señor alcalde con la
palabra en la boca. Por el camino me asaltaron varios periodistas y
algunos cámaras, no me dejaban andar y no hacían más que preguntar
sobre el pucherazo. Tan harta me tenían que paré, respirando
profundamente les contesté: Señores,
no ha habido pucherazo ni nada parecido, en este pueblo
todos votamos al partido del señor alcalde, el PIG, porque él es un
tío honrado y honesto, se desvive por el pueblo
y por sus vecinos y si él se cambia de partido, nosotros lo haremos
también. Si hay partidos políticos que ni siquiera se acuerdan de
sus afiliados con un mísero bocadillo poco más se puede esperar de
ellos. Mis compañeras y yo somos buenas y generosas cocineras, nos
han inculcado en dar de comer al hambriento y eso fue lo que hicimos
ayer, cualquier otra supuesta intencionalidad es cosecha de ustedes.
Mis
vecinos me aplaudieron, mi marido corrió a darme un gran beso
delante de todos, beso que dio la vuelta al mundo al ser compartido
en televisiones y redes sociales. Aún me siguen animando para que
sea alcaldesa, ministra o presidenta, pero la vida en mi pueblo
es la mejor que hay, ni por todo el oro del mundo la cambio, tampoco
mi manera de actuar si no es para mejorar mi entorno. Por muchas
tonterías que digan no pienso cambiar y francamente no me
arrepiento.
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