Madrugar los sábados me sabe a costillas del merendero, a tortilla de patatas de mamà y a bollos preñaos recién traídos de la panadería.
La tarde de antes bajamos Luis y yo con papá al garaje a colocar las cajas de sidra en el maletero.
Esa noche casi ni dormimos y a los amigos les pasa igual, pensando en el partido del merendero. La última vez acabamos con tanto calor que nos bañamos en el río, vestidos y con los playeros puestos. Y perdi la cantimplora de la Comunión al querer llenarla en la corriente. Mi madre, con razón, me dejò el culo caliente con la zapatilla.
En el asiento de atrás Luis y yo vamos dando vueltas a nuestra jugada maestra. El tintineo de las botellas de sidra del maletero hace la música a la letra de las tonadas que mi padre va mezclando por el camino. Y de pronto me acuerdo del pañuelo que le cogí a Cova hace dos semanas. Se me quedó en los otros pantalones. Se enfadarà si hoy no se lo devuelvo. Y me había prometido un beso.
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