Rodríguez, no gracias - Marian Muñoz

                                           wild dove nature city Foto de archivo - 121574766

Desde que lo probó se sintió verdaderamente cómodo, disfrutar la independencia o soltería durante un par de meses era un lujo al alcance de muy pocos. Lo malo es que se le acabó pronto el chollo.
Hasta que se casó no supo lo que era fregar un plato o poner el rollo de papel higiénico, de todo ello se encargaba su madre, pero al trabajar ambos no podía ignorar las tareas domesticas. Echaba una mano en lo que podía e incluso ponía interés en aprender, pero cuando nació la mayor empezó a tomar más responsabilidades cotidianas.
El ser tres no les impedía vacacionar unos días en la playa y otros en el pueblo, pero cuando nacieron los trillizos eso ya fueron palabras mayores. El caos era cotidiano teniendo que esforzarse sobremanera en ser multitarea, aunque a la vista de los resultados enseguida llegaron sus suegros para salvarle y darle un respiro.
La escuela de su mujer cerraba los meses de julio y agosto, fechas en que ella aprovechaba para irse con los niños a casa de sus padres al pueblo, la pena era que su empresa tenía más trabajo que nunca y él debía quedarse en la ciudad de lunes a viernes, pasando el fin de semana con la familia.
Los primeros años de Rodríguez fueron fenomenales, tenía un par de mesones cerca de casa donde comía o cenaba, según tocara, la cañita con los amigos antes de la cena o la partida de los jueves eran un lujo añadido a su condición de marido y padre de familia solitario. Como sería que el año pasado solicitó al jefe trabajar esos meses aunque no hiciera falta su presencia.
Pero este año la convivencia durante el confinamiento con cuatro niños en casa, su mujer y los suegros, estuvieron a punto de llevarle a la locura, ni siquiera los paseos hasta el supermercado para hacer la compra le calmaban los nervios. En cuanto su mujer dijo de irse al pueblo como cada año, se sacrificó como siempre y quedó en la ciudad teletrabajando. Lo que no esperaba es que los mesones estuvieran cerrados y los bares cercanos tan abarrotados que no eran seguros, por no hablar que sus colegas temerosos de pillar algo se quedaban en casa bebiendo frente al televisor.
Sus comidas caseras fueron a base de precocinados del super, botes de fabada o callos y mucha cerveza. Cumplía su horario delante del ordenador relajando la vista mientras miraba por la ventana hacia el edificio de enfrente. Apenas había gente por la calle y los coches escaseaban, sin duda todos habían huido hacia las afueras buscando un poco de aire libre para respirar sin mascarilla.
Hacía ya dos días que se fijaba en el balcón del cuarto, parecían acumularse cada vez más palomas, al principio fueron cuatro, luego ocho y ahora ya ni las podía contar de tanto revoloteo como había. Se fijó en que la puerta que daba al interior de la vivienda estaba entreabierta, seguro que los propietarios se habían marchado de vacaciones sin darse cuenta de ello y parecía que las aves se movían a su antojo en aquel espacio.
Siguió a su bola hasta que una tarde un par de palomas se posaron en la barandilla de su balcón, corrió a espantarlas por temor a que poblaran también su espacio. Al limpiar la citada barandilla observó que la bayeta estaba manchada de rojo, parecía sangre.
Asustado llamó al 112 y les contó lo que había pasado. No tardaron ni diez minutos en aparecer un coche de la policía, una ambulancia y un camión de bomberos, quienes desplegando su escalera se metieron en el piso, provocando la huida de todas las palomas y dejando ver la cantidad de cagadas y suciedad que habían acumulado en aquel pequeño hueco.
Poco después llegaron dos vehículos más, un coche normal del que salieron dos personas y otro de la funeraria. Mientras observaba aquel trajín de vehículos y personas, llamó a su puerta una pareja de policías que tras acercarse a la ventana por donde él observaba, le hicieron preguntas sobre el asunto. A pesar de intentar indagar sobre lo sucedido, no pudieron decirle nada al estar la investigación en curso. No obstante estuvo atento a la televisión local, a la radio o incluso a internet por si hablaban del caso.
Así fue como se enteró que su vecino de enfrente se había quedado de Rodríguez como él, cayendo fulminado al suelo por un infarto cuando iba a comerse un bocadillo al balcón, al olor del pan las palomas se fueron acercando y las más valientes se adentraron en el piso comenzando a comerse el bocadillo, picoteando sin querer al fallecido, provocándole heridas por las que fue perdiendo sangre y manchando a las aves que casualmente se posaron en su barandilla.
Aquella noche apenas durmió, no paraba de imaginarse tumbado en el suelo y picoteado por palomas, tenía que haberse dado cuenta que algo malo pasaba y quizás hubiera salvado la vida de su vecino.
Comprendió repentinamente que la soledad no es buena, la familia es lo mejor que uno puede tener y echaba de menos a su mujer y a sus hijos.
Al día siguiente se fue al pueblo después de haber llamado al jefe y decirle que cogía vacaciones pues no podía vivir sin su familia.
















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