Desde
que lo probó se sintió verdaderamente cómodo, disfrutar la
independencia o soltería durante un par de meses era un lujo al
alcance de muy pocos. Lo malo es que se le acabó pronto el chollo.
Hasta
que se casó no supo lo que era fregar un plato o poner el rollo de
papel higiénico, de todo ello se encargaba su madre, pero al
trabajar ambos no podía ignorar las tareas domesticas. Echaba una
mano en lo que podía e incluso ponía interés en aprender, pero
cuando nació la mayor empezó a tomar más responsabilidades
cotidianas.
El
ser tres no les impedía vacacionar unos días en la playa y otros en
el pueblo, pero cuando nacieron los trillizos eso ya fueron palabras
mayores. El caos era cotidiano teniendo que esforzarse sobremanera
en ser multitarea, aunque a la vista de los resultados enseguida
llegaron sus suegros para salvarle y darle un respiro.
La
escuela de su mujer cerraba los meses de julio y agosto, fechas en
que ella aprovechaba para irse con los niños a casa de sus padres al
pueblo, la pena era que su empresa tenía más trabajo que nunca y él
debía quedarse en la ciudad de lunes a viernes, pasando el fin de
semana con la familia.
Los
primeros años de Rodríguez fueron fenomenales, tenía un par de
mesones cerca de casa donde comía o cenaba, según tocara, la cañita
con los amigos antes de la cena o la partida de los jueves eran un
lujo añadido a su condición de marido y padre de familia solitario.
Como sería que el año pasado solicitó al jefe trabajar esos meses
aunque no hiciera falta su presencia.
Pero
este año la convivencia durante el confinamiento con cuatro niños
en casa, su mujer y los suegros, estuvieron a punto de llevarle a la
locura, ni siquiera los paseos hasta el supermercado para hacer la
compra le calmaban los nervios. En cuanto su mujer dijo de irse al
pueblo como cada año, se sacrificó como siempre y quedó en la
ciudad teletrabajando. Lo que no esperaba es que los mesones
estuvieran cerrados y los bares cercanos tan abarrotados que no eran
seguros, por no hablar que sus colegas temerosos de pillar algo se
quedaban en casa bebiendo frente al televisor.
Sus
comidas caseras fueron a base de precocinados del super, botes de
fabada o callos y mucha cerveza. Cumplía su horario delante del
ordenador relajando la vista mientras miraba por la ventana hacia el
edificio de enfrente. Apenas había gente por la calle y los coches
escaseaban, sin duda todos habían huido hacia las afueras buscando
un poco de aire libre para respirar sin mascarilla.
Hacía
ya dos días que se fijaba en el balcón del cuarto, parecían
acumularse cada vez más palomas, al principio fueron cuatro, luego
ocho y ahora ya ni las podía contar de tanto revoloteo como había.
Se fijó en que la puerta que daba al interior de la vivienda estaba
entreabierta, seguro que los propietarios se habían marchado de
vacaciones sin darse cuenta de ello y parecía que las aves se movían
a su antojo en aquel espacio.
Siguió
a su bola hasta que una tarde un par de palomas se posaron en la
barandilla de su balcón, corrió a espantarlas por temor a que
poblaran también su espacio. Al limpiar la citada barandilla
observó que la bayeta estaba manchada de rojo, parecía sangre.
Asustado
llamó al 112 y les contó lo que había pasado. No tardaron ni diez
minutos en aparecer un coche de la policía, una ambulancia y un
camión de bomberos, quienes desplegando su escalera se metieron en
el piso, provocando la huida de todas las palomas y dejando ver la
cantidad de cagadas y suciedad que habían acumulado en aquel pequeño
hueco.
Poco
después llegaron dos vehículos más, un coche normal del que
salieron dos personas y otro de la funeraria. Mientras observaba
aquel trajín de vehículos y personas, llamó a su puerta una pareja
de policías que tras acercarse a la ventana por donde él observaba,
le hicieron preguntas sobre el asunto. A pesar de intentar indagar
sobre lo sucedido, no pudieron decirle nada al estar la investigación
en curso. No obstante estuvo atento a la televisión local, a la
radio o incluso a internet por si hablaban del caso.
Así
fue como se enteró que su vecino de enfrente se había quedado de
Rodríguez como él, cayendo fulminado al suelo por un infarto cuando
iba a comerse un bocadillo al balcón, al olor del pan las palomas se
fueron acercando y las más valientes se adentraron en el piso
comenzando a comerse el bocadillo, picoteando sin querer al
fallecido, provocándole heridas por las que fue perdiendo sangre y
manchando a las aves que casualmente se posaron en su barandilla.
Aquella
noche apenas durmió, no paraba de imaginarse tumbado en el suelo y
picoteado por palomas, tenía que haberse dado cuenta que algo malo
pasaba y quizás hubiera salvado la vida de su vecino.
Comprendió
repentinamente que la soledad no es buena, la familia es lo mejor que
uno puede tener y echaba de menos a su mujer y a sus hijos.
Al
día siguiente se fue al pueblo después de haber llamado al jefe y
decirle que cogía vacaciones pues no podía vivir sin su familia.
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