Las
maletas abarrotan el estrecho pasillo entre la puerta del piso y el
ascensor. Un perro pequeño ladra inquieto. Dos adultos y dos niños
se hacen hueco entre el equipaje.
Marilín se puede quedar contigo. Y os
cuidáis, ¿Vale, papá?
Eso, cariño. Así no estás toda la tarde
tirado en el sofá. Y sales un poco a que os de el aire. Y riega las
plantas cada tres días. Que no se te sequen, que el balcón se queda
sin vida. Y da mucha pena. ¿Te acordarás?
El
adulto varón mira al perro que sigue ladrando insistente. Tal vez es
‘su hora’ de salir, pero con los preparativos de último momento,
nadie se ha acordado de bajarlo a la calle. No es la primera vez.
La
mujer adulta mira al varón que tiene enfrente. Se teme lo peor a la
vuelta. Platos sin fregar, desorden general, polvo acumulado en todos
los rincones y perro rebuscando en los restos de basura. Pero su
madre ha sufrido una aparatosa caída, vive sola y no tiene quien la
atienda en la casa del pueblo. Y meterla en una residencia, tal como
están las cosas, no entra en sus planes.
Vaya
vacaciones
le esperan en el pueblo. Con el calorón, las moscas y el botijo.
Pero madre no hay más que una y…
¡¡Mamaaaá…!!
¡Venga, que nos vamos ya!
Los
dos niños, vestidos con equipaciones deportivas futboleras, saltan
entre las maletas, inquietos. Necesitan salir de casa, correr,
respirar aire sano. Después del encierro están hiperactivos. Casi
no han podido ver a sus amigos, en similares situaciones. Apenas tres
salidas al parque, en overbooking
estos días, y con precauciones extremas.
Ella
los mira. Ojalá pudiéramos tener unas vacaciones normales, en la
playa, como todo el mundo, piensa. Pero este año es imposible.
Él
mira a sus hijos, entre triste y aliviado. Odia los parques con toda
su alma. Odia el teletrabajo, sin horarios, obligado a una
disponibilidad completa. Y odia, aún más si cabe, a Marilín, ese
perrucho infecto que los miraba con pena desde el refugio de animales
donde lo adoptaron como regalo navideño. Menudo regalo envenenado y
apestoso. Y mira a su esposa con gesto vacío.
Y
ahora se queda él en casa con ‘eso’,
de Rodríguez, por las circunstancias.
Su
suegra, una bendita, seguro que le echará de menos. Era de los pocos
que le agradecía sus migas, sus madalenas, su licor de café y sus
torreznos cuando llegaban cada verano, previo paso antes de la playa.
Y qué siestas más buenas se echaba después.
Pero
ya no podrá ser. Aunque el viaje siempre era un caos. Como el de
estos momentos. Maletas, bolsas aparte, me llevo esto, mete eso otro
por si acaso, más juguetes no que el maletero no es de chicle… Y
carretera y manta.
Este
año ordenador, sofá y terraza. De casa. Y una vuelta a la esquina
para que Marilín haga sus cosas y vuelta. Porque en las de los bares
no se fía todavía. Y llevarse a Marilín para que le ladre a cada
sorbo no lo ve claro.
Ni
aunque la disfrazara con un vestido blanco y vaporoso como en la
película aquella. No, ni su vecina de arriba tampoco se parece en
nada a la rubia y despampanante prota.
Esa verruga no es nada hollywoodiense. Ni tentadora en absoluto.
Pensado
en sus planes de Rodríguez en horas bajas, nota que su esposa le
habla y le da consejos, indicando el color del túper de las
hamburguesas congeladas y las instrucciones de la lavadora. O algo
parecido. Él asiente, distraído, mientras Marilín sigue ladrando.
Sus
hijos le abrazan y casi aplastan a ‘su Marilín, que cuánto te
vamos a echar de menos, chiquitina… el pueblo te iba a encantar….
¡Adiós papá!’
Una
última mirada preocupada de ella a su hogar y la puerta se cierra.
Él
se queda, con cara de besugo, perdido y mustio. Marilín a su lado
sigue ladrando, pero cada vez más bajito.
Él
sueña con escabullirse alguna tarde e irse de cañas con los
compañeros de trabajo y algún amiguete aún soltero. Pero su no
tentadora vecina es muy dada a informar vía whatsapp
a todas sus convecinas. Ya antes de los tiempos del confinamiento era
mucho de asomarse a ventanas y balcones a charlas con las vecinas,
haciendo comunidad.
Y esa sororidad se ha hecho aún fuerte, a base de intercambios de
recetas de dulces, chismes y otros consejos acerca de maridos ajenos
y vida sana.
El
Rodríguez maldice las nuevas tecnologías. Maldice la vida en los
bloques de pisos donde todos se echan
una manita. Y maldice a
Marilín, su perro, que ahora ladra sin ruido mientras le mira con
ojos vidriosos. Una eterna tarde de sofá les espera. Y un verano muy
largo.
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