Me
había comprometido a hacer la cena. Eso me pasa por bocazas. Lo
único que sabía cocinar era tortilla y mal. Mirando recetas por
internet, encontré una de fondant que me dio una idea. Hice el
pedido en una tienda online y lo recibí en menos de una semana.
Cuando llegó el día de la cena, sustituí la bombilla de la
lamparilla del salón por una de las ultravioletas que me había
llegado. Puse los platos y las copas, metí el champán en la nevera
y me fui a hacer la tortilla.
Ana
llego puntual, me dio un beso y sonriendo me dijo: “Sorpréndeme
Masterchef”. Abrí el champán, llene las copas y puse la tortilla
en el centro de la mesa. Sus carcajadas resonaron en todo el salón
“¡Una tortilla!, ¿me invitas a una cena romántica y haces una
tortilla? Ja,ja,ja….” Sin inmutarme, encendí la lamparita y
apagué las luces del salón. El colorante alimentario fluorescente
fue poco a poco iluminándose y sobre la tortilla se podía leer “¿Te
quieres casar conmigo?”. Dejó de reír y sus labios me buscaron la
oscuridad...
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