Otoño cruel - Pilar Murillo





Nos veíamos todos los domingos para tomar una coca-cola e ir al cine, luego paseábamos por el parque. Al principio no íbamos de la mano ni nada, hasta que un día me cogió y yo sentí un escalofrío, al mismo tiempo miedo de que algún vecino me viese y se lo contase a mi padre. Con el tiempo me acostumbré y creo que me enamoré. Pero eso fue después de que por sorpresa me diese un beso de amor, mi primer beso, de esos de película, sólo que no fue en un sitio romántico. Podría haber sido en nuestro parque, sentados en un banco o yo contra la pared mientras el me apartaba el pelo de la cara… Para mí eso sería romántico y más llevadero, porque me besó en la barra de un bar, así de sopetón y a mi me dio tanto asco… El segundo ya me gustó más, la verdad, incluso se los daba yo. Así hasta que cumplimos un año de salir juntos, (prefería llamarlo así: “salir juntos”. Lo de decir novios me parecía de mayores). Ese día que era nuestro aniversario, me llevó al parque y me regaló un anillo. Aún lo conservo, como conservo los recuerdos de sus besos, de sus abrazos, de sus ojos azules y sus rizos dorados. Éramos dos jovenzuelos, yo quizás un poco infantil, mientras amigas de mi edad descubrían algo más que los besos yo descubrí que aquél anillo era el final de una historia que me dejaría marcada de por vida. Nos despedimos en mi portal con un beso húmedo largo y varios cortos. Lo vi alejarse.
Al día siguiente alguien me comunica que de camino a su casa un chico mal encarado le abordó a punta de navaja, él se resistió recibiendo una puñalada mortal. Se desangró allí mismo, a pocos metros de mi casa.
Mi primer amor me dejó sin querer, cuando comenzaban a caer las primeras hojas de un otoño cruel.





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