Tengo un vecino
que es un impresentable, un baboso, un descarado que me desnuda con
la mirada cada vez que paso a su lado y me dice cosas obscenas. Está
estupendo, todo hay que decirlo, y a mí al principio me gustaba,
pero desde que comenzó a tener esa actitud conmigo me dejó de
agradar. El otro día me regaló un ramo de flores silvestres sin
motivo ni razón. Cuando regresé del trabajo me estaba esperando a
la puerta de casa y me entregó el ramo con una sonrisa y un beso en
la mejilla. Pensé que era todo un detalle cargado de romanticismo y
por unas horas mis reticencias hacia él disminuyeron
considerablemente y mucho más cuándo en el medio de las flores me
encontré un anillo precioso, un fino y elegante topacio azul
rodeado por minúsculo diamantes engarzados en oro blanco. No, no soy
entendida en piedras. En el telediario de las tres dieron la noticia
de que el anillo en cuestión había sido robado de una joyería. Al
parecer su precio tiene tantos ceros que nubla el sentido. Y ya he
escuchado las sirenas de la policía. Maldito vecino. En menudo lío
me ha metido.
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