Salí
corriendo a buscarla al descansillo y allí estaba ella, semidesnuda,
avanzando hacia mi puerta. “Hola Juan, ¿Viste las noticias?, ya
veo que hemos pensado lo mismo”.
Marta
se había mudado al apartamento de al lado hacía tres meses y nos
teníamos unas ganas locas, pero no acabábamos de dar el paso.
“¿Cuánto tiempo tenemos?”, me preguntó mientras se quitaba la
ropa. “Unos 10 minutos”, le respondí mientras la tumbaba sobre
la cama.
Follamos
como si no hubiera un mañana. De hecho, no lo iba a haber. La bomba
de hidrógeno había sido detonada a 30 km y el anillo de radiación
tardaría unos 15 minutos en barrernos del mapa. Nos corrimos y nos
quedamos abrazados, desnudos, mirando hacia la ventana, esperando lo
inexorable.
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