Mónica estaba tumbada a mi lado con su minúsculo tanga y su
sombrero de paja. Comía fresas. Las comía de manera insinuante. Las
acercaba a sus seductores labios y las lamía con lentitud, haciendo
asomar cada poco la uve perfecta de su jugosa lengua. Me miró con
sus ojos verdes, brillantes bajo el SOL Si me dejas cortarte la BARBA
te concedo un deseo, el que quieras, me dijo. La mente se me nubló
en ese momento. Había dicho que el deseo que quisiera. Eso bien
valía una barba y dos si tuviera. No me lo podía creer, pero
estaba sucediendo lo que tantas veces había soñado. Sin embargo, en
cuanto dije que sí, me sorprendió la muy ladina incorporándose y
sacando unas pequeñas tijeras de su bolsa de playa. Me cortó la
barba allí mismo, de cualquier manera, dejándomela destrozada. Al
darme cuenta de que lo tenía todo planeado sentí un pinchazo en el
corazón y mi pasión se desinfló como un globo roto. Sin embargo,
no me dejé llevar por la decepción y pedí mi deseo. Me lo
concedió, pues lo prometido es deuda, aunque no sé por qué se
enfadó tanto. Ella cortó mi barba y yo su pelo. Quedamos en paz.
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