Mi vecino
estaba dentro del anillo
de seguridad formado por cientos de guardias de mirada fiera y manos
nerviosas. Yo, había vuelto a la oficina en busca del móvil y al
sentir el jaleo me asomé a la ventana. Nuestras miradas se cruzaron.
Supe al instante lo que me pedía. Por suerte, nadie me habia visto
entrar. Prudente como soy, me quité las medias, las puse sobre la
cabeza y después me cubrí con la gabardina que mi jefe tiene
siempre en el perchero. Ya irreconocible, comencé a tirar por la
ventana todos los objetos pesados que encontré, incluídos
ordenadores y sillas, que en su caída fueron arrastrando
múltiples cristales. Desorientado y asustado, el anillo de seguridad
se disolvió al instante, y mi vecino consiguió escapar del cerco
policial. Me retiré con rapidez, quité la gabardina, volví a
ponerme las medias y salí del edificio por la puerta trasera. Por
la mañana, al salir de casa, he encontrado una nota en el buzón.
¿Te apetece cenar
conmigo? Gracias. No
ponía nada más, pero no era necesario. Añadí Sí
y la introduje en un buzón próximo al mío. La noticia ha salido en
todos los periódicos nacionales, la policía está buscando al
terrorista y mi jefe está siendo interrogado. En la oficina, a
falta de jefe, sillas y ordenadores, reina un ambiente de fiesta. Yo,
sueño y sonrío esperando la llegada de la noche.
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