Amor platónico


                                         


El amor es un estado que jamás entró en mis planes, ni creía en él, hasta que la vi a ella por primera vez diciendo las noticias en televisión. Pasado un tiempo me enteré de que se casaba, pero yo seguí sus pasos, en las noticias, en el papel cuché. Siempre estaba muy bien acompañada. Me la he encontrado casualmente subiendo a un coche de alta gama con su marido, también la he visto cuando yo iba en un autobús y ella entraba en un teatro, con su melena al viento al son de unas gaitas.
Sé que es amor porque cuando llego a casa no paro de pensar en ella. Aunque sigo con mi vida rutinaria.
Ayer, al pasar por un restaurante de cuatro estrellas observé que había varios hombres trajeados y serios delante de la puerta, vigilando. El restaurante tenía una gran cristalera y no quería ni mirar, pero lo hice. Allí estaba ella, con un grupo de amigas, pelándose un camarón con cubiertos, como manda el protocolo. Seguro que acompañando la mariscada con un champán francés. Yo estaba en la calle bajo la lluvia, calado hasta los huesos, cuando tropecé con tan mala suerte que una de mis bolsas de compra se fue a tomar por saco, desparramándose por el suelo el detergente y el gel de baño.
Nunca entendí el amor platónico, ni siquiera sé por qué a ese amor en silencio e imposible, se lo atribuyen a Platón, debería llamarse plutónico, derivado de Plutón, pues es inalcanzable.





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