Orco - Clara Conde

                                                

Orco era un perro bastante feo. La vida no se había portado bien con él y cuando lo encontramos ya le faltaba un buen trozo de la oreja derecha. Por su parte, la genética tampoco había sido generosa. Su cabeza era desproporcionadamente grande en relación con su cuerpo, y su pelo tenía varios tonos de marrón mezclados, que hacía que pareciese que siempre estaba sucio.
Tenía mirada de buena persona, o de buen perro, si eso es posible. Aunque no era fácil fijarse. Cuando alguien veía a Orco por primera vez quedaba impresionado por su gran tamaño y por su fealdad.
Nosotros éramos siete, todos vecinos del mismo bloque, y durante aquel verano gastamos todo el dinero que pudimos conseguir en comprarle comida a nuestro perro.
Le preparamos una cama en la carbonera y él nos esperaba allí, pacientemente, hasta que ya nos dejaban salir de casa para pasar prácticamente todo el día en la calle. Nos seguía todas partes, participaba en nuestros juegos, y estoy seguro de que, si hubiera habido necesidad, se habría peleado con cualquiera por defendernos.
Orco nos adoraba y nosotros a él.
Pero las vacaciones se iban acabando, el sol ya no era un anillo luminoso que nos miraba desde el cielo, y la amenaza de la vuelta al colegio y a los deberes se olía en nuestras casas.
Así que después de muchas deliberaciones y de varias votaciones, un día nos presentamos con Orco en el almacén de cementos, porque habíamos oído que allí siempre tenían perros guardianes.
Y le aceptaron. Le dejamos allí, después de muchos abrazos, de muchas lágrimas y de muchas promesas de ir a verle todos los sábados.
No lo hicimos, por supuesto.
Ha sido ahora, al comprarle un perrito a mis hijos, cuando he recordado a Orco y el estupendo verano que pasamos con él.






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