El arte de la tortilla - Clara Conde


                                                         
La primera vez que hice una tortilla de patata yo sola fue el día antes de cumplir treinta años. Le hice una foto pero no la compartí con el mundo, porque aún no tenía twiter ni cuenta en Facebook.
Sería imposible saber cuántas tortillas he hecho desde entonces, pero no ha disminuido ni un grado mi nerviosismo en el terrorífico momento de darle la vuelta, cuando mi mano está tan cerca del calor del fogón y corriendo además el peligro de quemarme si se derrama el huevo aún líquido e hirviendo.
Esa noche había hecho tortilla de patata para la cena, como cada martes de los últimos diecinueve años.
Pensé que me retrasaría, porque el fluorescente de la cocina había empezado a parpadear y perdí más de diez minutos en poner en uno nuevo. Pero no fue así, acababa de poner la mesa cuando llegó mi marido del trabajo.
Nos sentamos a cenar y él se sirvió un trozo generoso; lo aplastó con el tenedor, hasta convertirla en algo parecido a papilla y luego lo regó con kétchup. Con mucho kétchup.
Yo llevaba viéndole hacerlo diecinueve años, pero ese día no pude más. Me levanté de la mesa tranquilamente, cogí la sartén que aún estaba sobre la cocina, y con todas mis fuerzas le golpeé en la parte de atrás de la cabeza.
Su cara cayó sobre el plato, se hundió en él, y le di otro golpe más.
El suelo de la cocina se llenó de salpicaduras de kétchup y de gotas de aceite que aún había en la sartén. Por eso nada más llamar a la policía me puse a fregar, para que nadie resbalara.







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