He llegado al hotel a las 12 de la madrugada hora local. El botones
me deja la maleta en la habitación y se va después de recibir
propina. Llamo a casa para comunicar que ya estoy en mi habitación
pero contesta una voz joven, femenina, desconocida. Creí que me
había equivocado de número y colgué directamente. Vuelvo a
intentarlo y ya me contesta mi marido. Lo noté nervioso, le conté
lo que había pasado al llamar y lo negaba, entonces oí unas risitas
de fondo que demostraban que quería hacerme luz de gas, le pegué un
par de gritos, nada usuales en mi manera de ser y di por finalizada
la conversación. Estaba nerviosa, alterada, y di vueltas en la
estancia como una leona enjaulada. Me fui al mueble bar y cogí una
botellita de tequila y un vaso. Me lo serví y fui pegando traguito
tras traguito, mientras encendía la TV. Acto seguido me dejé caer
sobre la cama y comencé a hacer zapping como si el mando fuese una
pistola. En uno de los más de 50 canales me encontré a un cocinero
explicando como se hace la tortilla típica de Méjico, no pude
memorizar los ingredientes pensando en el cabrón de mi marido y en
aquel atuendo tan raro del cocinero mejicano, ¿un delantal
fluorescente? ¿Para que no le atropelle la cámara grúa? Qué
daño en el alma y en los ojos. Con el tequila me quedé dormida y al
día siguiente me informan en recepción que tenía diez mensajes de
mi marido, los cuales miré y directamente los mandé tirar a la
papelera, era una manera de mandarlo a la mierda.
Me encontraba en México DF, por asuntos de negocios, pero después
de tal traición encargué un billete de avión a Cancún. Sobra
explicar lo que vendría despu
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