La
mañana era primaveral, el sol brillaba doblemente al penetrar por
las vidrieras y hacer refulgir los detalles dorados del retablo. Ese
mismo sol daba calidez al antiguo edificio, engalanado con flores
para tan alegre ocasión. Los contrayentes y sus padrinos irradiaban
felicidad a pie del altar mientras el oficiante leía los textos
sagrados o hablaba amablemente a los feligreses reunidos para tan
grato acontecimiento.
Carmina
y Pedro eran dos novios talluditos, viudos con hijos y nietos quienes
les acompañaban vistiendo sus mejores galas, además de otros
familiares y amigos, junto con curiosos como yo que sólo les conozco
de vista del vecindario. Me pueden llamar cotilla, pero me preocupo
por los demás estando al tanto de sus idas y venidas, de sus
trifulcas o momentos de mimos mostrados en público, no puedo evitar
mirar y comentar con otras.
La
Iglesia estaba repleta, no cabía un alma, también es cierto que es
pequeña y enseguida se llena. La ceremonia discurría con
normalidad, no me perdía gesto ni palabra de los novios al estar
colocada en una esquina del altar. Llega el momento en que el
sacerdote dice “Si
alguien conoce algún impedimento por el que no se puedan casar, que
hable ahora o calle para siempre”,
no se oía un murmullo, estábamos expectantes. Pasado un rato
volvió a repetir “Si
alguien conoce algún impedimento por el que no se puedan casar, que
hable ahora o calle para siempre”
Sorprendiendo a los presentes, se miraban unos a otros indagando con
la mirada. Al estar relativamente cerca y mirar al cura, noto que me
hace un gesto animándome a hablar.
Pero
que iba a decir yo si sólo los conozco de vista, no sé nada de sus
vidas salvo los arrumacos callejeros o los paseos con familiares o
amigos, no sé qué esperaba el clérigo de mí. ¡Claro!
Rápidamente se me encendió la lucecita: seguro
que la semana pasada les dio el cursillo prematrimonial y ayer les
escuchó en confesión, posiblemente es conocedor de algún
impedimento que no puede contar y quiere que le eche un cable.
¡Yo!
Dije levantando la mano, acto seguido todos me miraron a la par que
mis mejillas y mi cuerpo ardían por la vergüenza.
Advertí
un gesto de alivio en el sacerdote quien con un gesto de su mano me
animaba a hablar. ¿Y qué puedo decir yo si no los conozco? ¡Ah
ya sé! “Ellos
saben de sobra el motivo”.
Un murmullo crecía entre los asistentes, el oficiante con sus manos
pedía respeto al lugar sagrado en el que nos encontrábamos, gesto
que aprovechó Carmina para decir “Bueno,
no soy viuda, pero hace más de 17 años que mi marido se fue a
comprar tabaco y no volvió, ¡tengo derecho a ser feliz!”
Las voces se elevaron y el murmullo creció, algunos asistentes
abandonaron la iglesia, pero los más curiosos nos quedamos.
Nuevamente
el sacerdote conminaba a calmar al personal, gesto aprovechado por
Pedro para decir “la
verdad es que aún soy pareja de hecho de Miguel, hace año y medio
que nos separamos, pero no he tenido tiempo ni ocasión de acercarme
al Ayuntamiento para anularlo”.
Aquello era el no va más, ya nadie me miraba, los cuchicheos
llegaron a nivel de conversación de taberna y los ánimos se
caldearon. Nuevamente el oficiante con sus manos hizo el gesto de
bajar el volumen a la par que decía “Lo
siento, pero hace dos días que me suspendieron de mis funciones,
nunca he oficiado una boda y me hacía ilusión, aunque luego no
tuviera efectos legales”.
Ahora
sí que el follón era tremendo, familiares y amigos indignados y
alterados por la farsa. Gradualmente la calma se recuperó ante los
gestos, esta vez del supuesto novio, para acallar al personal.
“El
matrimonio podrá no ser legal, los regalos no los vamos a devolver
porque tras esta no ceremonia nos iremos a disfrutar de un banquete
real y legal, ¡prosiga padre!”.
Los ánimos se sosegaron, la no ceremonia continuó como si no
hubiera pasado nada y por fin el sacerdote dijo “Yo
os declaro no marido y no mujer, puedes besar a tu novia”.
Aplausos,
risas, felicitaciones y los novios salieron de la iglesia cogidos de
la mano mientras sonaba la marcha nupcial. En la calle tiraron
confeti, pétalos de flores y algún despistado, arroz, dirigiéndose
posteriormente en procesión al restaurante dos calles más abajo.
Yo les acompañé, pues, aunque no estaba invitada, alguno que sí lo
estaba hizo mutis por el foro ante el primer contratiempo. Me apunté
a la comilona, que oye fue opípara, creo que desde hoy voy a hacerme
profesional de las no bodas.
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