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En este blog encontrarás los relatos escritos por los participantes del taller de escritura "Entre Lecturas y Café", así como la información de las actividades del club de lectura del mismo nombre.
En ocasiones el cerebro va a su bola enviando recuerdos que conecta de forma un tanto peculiar, por ejemplo: estaba compadeciendo a los amigos que el día del apagón tuvieron que subir a casa sin ascensor, a partir de un quinto piso. Es la altura con escaleras a la que actualmente llego sin gran esfuerzo, a partir de ahí mi cuerpo no esta preparado para tanto peldaño. Y sin saber cómo recordé mi niñez viviendo en un primero, el ascensor era algo anecdótico y objeto de asombro y curiosidad. Mis mejores amigas vivían encima nuestro, al despertar cada mañana oía sus pisadas o la pelota corriendo por el pasillo pateada por su hermano, señal de estar despiertas. Entonces me apresuraba con el desayuno, preparándome a la carrera para salir a la calle con la comba o la goma, llamándolas a gritos desde la acera, asomándose a la ventana bajaban rápidamente. A pesar de ser pequeña mi voz se oía perfectamente al no haber tantos coches por la carretera como ahora, ni el entorno era tan ruidoso como el de hoy en día.
Después nos trasladamos a vivir a un dúplex en Salinas, al estar los dormitorios en la planta baja, el sonido mañanero más cotidiano era el rumor de las olas o conversaciones a gritos de veraneantes en la playa. Si en el piso de arriba se oía a mamá cacharreando en la cocina o despidiendo a papá para acudir al trabajo, nos indicaba el momento apropiado para levantarnos. Continuando el periplo nos mudamos a la ciudad, aunque ya era adolescente he de reconocer a la postre mi ingenuidad. En el piso de arriba vivía otra familia, más joven que la nuestra, y justo encima de mi habitación se encontraba el dormitorio conyugal. Solía tener el sueño profundo hasta que algún sonido fuera de lugar me despertaba, era entonces cuando oía el ñiqui, ñiqui de muelles de una cama, los imaginaba saltando encima de ella jugando a yo que sé, el caso es que al compartir ascensor por más que los miraba parecían poco joviales, eso sí, llegaron a ser familia numerosa.
Tras una larga búsqueda me mudé con mi chico a un nuevo hogar, el piso de arriba estaba alquilado a estudiantes, las juergas con música o ruidosas conversaciones eran constantes los fines de semana, por no hablar de arrastrar muebles o broncas entre ellos. Por suerte duraron poco y los que les sucedieron han sido más formales, más cuidadosos con el mobiliario y las fiestas son ocasionales, afortunadamente aún conservo la profundidad de mi sueño si bien he de reconocer que con los años he ido perdiendo oído y no me entero de nada.
Es posible que el problema ahora sea yo, mi torpeza va en aumento, se me caen cosas a menudo o tropiezo con patas y puertas por el trajín diario, además del alto volumen del televisor al haber canales que susurran más que hablan y locutores que no vocalizan bien, en fin, a pesar de ello, espero no ser una molesta vecina de arriba.
Todos los días a media mañana se entretenía leyendo el periódico hasta el momento del almuerzo.
Ojeaba detenidamente página a página, centrándose en artículos más destacados de firmas reconocidas del país para después hacer los crucigramas.
Se enteraba bien de las noticias y novedades con las que amanecíamos a diario, pero era inútil preguntarle, al terminar su lectura no recordaba nada.
Vivía en una residencia de mayores, siendo la única mujer que leía el periódico y ganaba al dominó. Siempre preguntando el día que era para cerciorarse de leer las noticias del momento. Tenía 99 años, una mente lúcida, gustaba de leer el periódico, no uno cualquiera sino el ABC, del que era fiel lectora, al tener formato de libro era más fácil su manejo. Conocía de memoria autores y colaboradores que escribían en él. Se interesaba por el bitcoin, el gas o que pasaba en Cataluña, pero eso sí, que el ABC no le faltara porque se hubiera sentido muy sola.
Pronto hará seis años que no está entre nosotros, no somos eternos. Sin embargo, al oír o leer las noticias no puedo evitar recordar cuan certeros fueron sus adjetivos calificativos a ciertos políticos, si continuara viva lo hubiera clavado
Con una piruleta como único consuelo, el detective dejó la escena del crimen. Esta vez no habían llegado a tiempo. ‘Parece que quien te quiere, te quiere mal, nena’, le escucharon murmurar al subirse al coche patrulla.
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El
prohibitivo tratamiento de mi nieto me hizo pasarme al lado oscuro.
Conocí a estafadores, usureros, traficantes de todo género; desde
simple hachis hasta seres vivos, también de todo género y
condición. La mía, sin embargo, no cambió ni un ápice. Mientras
buscaba el camino y mi pequeño ángel se debatía entre la vida y la
muerte, logré ver la luz. Desde un tugurio, mal llamado quirófano,
conseguí mi propósito. Me había costado un riñón. Viendo a mi
nieto jugar al fútbol desde la grada olvidé mis oscuras cicatrices.
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Adiós, mamá, adiós hermanita. Qué pena que te fueras sin nombre. Con la de listas que habíamos hecho y la de regalos que nos habían llegado a casa para las dos. No sé qué hará papá ahora que mamá no está. Él sabe cocinar, la abuela también nos trae tápers los fines de semana, la chica que planchaba y me llevaba al cole viene mañana. Pero me siento un poco rara con tanto silencio en casa. Supongo que papá venderá la cuna y volveré a mi habitación con mis juguetes.
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Adiós,
mamá, adiós, te quedas en buenas manos, le digo abrazándola.
Aunque, lo que en realidad pienso, no se lo digo. Ella me mira con su
sonrisa de niña que fue y vuelve a ser, y me da un beso en la
mejilla. No te preocupes tanto, me dice, que estás adelgazando
mucho. Y a los hombres no les gustan tan flacas. Mis lágrimas
resisten. Le doy un último beso y la celadora del turno de tarde me
sonríe. Ella ya está acostumbrada a estas despedidas.
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