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En este blog encontrarás los relatos escritos por los participantes del taller de escritura "Entre Lecturas y Café", así como la información de las actividades del club de lectura del mismo nombre.
Iba a ser un verano encerrada,
igualito a los dos anteriores, no cejaba en mi empeño de aprobar la oposición a
fiscal, convencida que éste iba a ser mi último verano. La familia se había escabullido al pueblo en
cuanto aparecieron los persistentes primeros rayos de sol, huían como cobardes
ante mi difícil temperamento previo al examen.
Mi espacio preferido de
estudio era el cuarto de costura, una mesa pegada a la ventana permitía
relajarme mientras observaba el silencioso patio manzana. Patio en el que apenas hay movimiento, salvo
tender o quitar la colada.
Me sabía el temario al 90%
intentando memorizar el resto para no dar opción a un nuevo suspenso, en casa
me dieron un ultimátum, aprobaba o trabajaba en la vinatería familiar. Mis hermanos mayores ya lo hacían y los
pequeños en cuanto acabaran el instituto, el negocio iba viento en popa y todos
tenían ideas para mejorarlo, todos menos yo, el alcohol no me iba, por alguna
razón desconocida le tenía alergia y preferí hacer derecho con master incluido
preparándome para ser fiscal.
Madrina siempre me animó,
trabaja en un despacho de abogados intentando siempre asociarme con ella, pero
prefería la fiscalía, si se hacía bien podía resultar gratificante. Estaba encerrada con aquellos calores, cuando
oigo por la radio que el gobierno va a cambiar el sistema de entrar en la
carrera por otro más liviano con cursos después del aprobado. Me enfadé, me cabreé, porque ese plan sonaba
a chanchullo, a tener que buscarme un padrino para entrar y luego permanecer ¡cómo
no! también sonaba a haber tirado tres años de mi vida empollando leyes,
reglamentos, decretos y un sinfín de organigramas para nada.
Decidí pagar mi frustración
acudiendo al mueble bar, cogí la botella de ginebra, le di un trago escupiéndolo
al momento ¡qué asco! Me había olvidado que odio el alcohol, lo de
emborracharme no era plausible, pero tanta furia tenía dentro que cogiendo el
huevo pisapapeles de mármol, recuerdo de Aranjuez, lo tiré por la ventana sin
pensar en ello. Nada más hacerlo me di
cuenta del acto, pero al no oír ningún sonido de rotura o quejido, aliviada acudí
a la cocina, me serví un cacao bien fresquito, ya más calmada decidí continuar
con el estudio pues apenas quedaba un mes para el examen y si lo aprobaba
entraría por el plan antiguo, importándome un comino lo que dijera la radio.
Por la ventana abierta comenzó
a entrar un olor a chamusquina, como si una plancha quemara la ropa. Me asomé intentando comprobar de dónde
provenía, alarmada vi en el balcón del tercero izquierda las cortinas y la ropa
de un tendal pequeño en llamas. Grité y
grité intentando que los vecinos me oyeran, pero al no recibir respuesta llamé
rápidamente al 091, quienes avisaban a los bomberos. Cerré todas mis ventanas y tras coger el
móvil y las llaves de casa avisé a todos los que pude. Llegando a la calle ya
estaban montando los dispositivos de seguridad y las mangueras. Volví a contar que la terraza del tercero
izquierda estaba en llamas. Decidieron
actuar entrando por la parte baja del patio, no nos permitían subir a casa
hasta que el fuego se apagara por completo.
Entre los municipales que acudieron
estaba Luis, compañero del instituto, preocupada le informé que los vecinos de
esa vivienda eran nuevos, un matrimonio y su hija. Al poco vimos salir en camilla y con oxígeno
a un hombre, era el padre, al parecer estaba solo y le llevaban al hospital por
inhalación de humo. El fuego sólo
ocasionó daños en esa vivienda, el resto parecían haberse salvado. Aliviados un poco y preocupados por el
vecino, regresamos a nuestras casas después del susto.
Dos días más tarde llamaron de
la comisaría para ir a declarar. Poco
más sabía. Intentando averiguar sobre el
vecino herido y su familia, parece que seguía ingresado inconsciente debido al
humo, nadie se había interesado por él.
Extrañada les hablé de las mujeres, dudando de mi porque en el buzón
sólo figuraban los datos de un hombre.
¡Imposible! En esa terraza he visto a tres personas diferentes tender la
ropa o sentados tomando una bebida. Un
hombre, una mujer mayor y otra más joven que se le parecía mucho.
Por fin llegó el día del examen,
me salió bastante bien, era cuestión de esperar la lista de aprobados para el
siguiente. Recogiendo unos temas y
preparando otros, miro por la ventana observando los todavía restos calcinados
del incendio. En la prensa no había salido
nada así que aprovechando la amistad con Luis decidí llamarle para ver si
conseguía averiguar algo. Tampoco tenía noticias,
pero ante mi insistencia decidió informarse.
Reconozco que su llamada me
dejó planchada en todos los sentidos, antes de contarme nada me preguntó acerca
de las personas que residían en el domicilio.
Muy ufana respondí que un señor mayor con vestimentas un poco
trasnochadas de chaleco, batín y pañuelo al cuello. La supuesta esposa/madre con media melena
oscura y rizada en bucle hacia arriba solía vestir con prendas de estampados de
animales, un poco llamativos para su edad.
Luego la supuesta hija se parecía mucho a ella y lucía en su cabeza
melena larga en tonos rosa o violeta, además de vestir prendas doradas o
plateadas muy cortas y leotardos oscuros.
Su risa cortó mi narración además de indignarme, al parecer quien moraba
allí era un travesti, trabajaba en dos salas de fiesta, en una como mujer mayor
y en otra como joven alocada.
Me quedé sin palabras, me
excusé diciendo que desde casa no se veía muy bien la terraza, pero él continuaba
riéndose por mi error, cuando por fin paró me informó de una investigación en
curso por homofobia, al parecer el incendio fue provocado. Sorprendida pregunté cómo era posible, al
parecer en la terraza encontraron restos de una mesa de plástico, había indicios
de una vela anti mosquitos encima de ella, al caer ésta encima de la ropa
tendida por el golpe de un huevo de mármol, prendió también las cortinas y estando
durmiendo en aquella habitación inhaló el humo, pasando tres semanas
hospitalizado además de quedarse sin casa.
Amigas y vecinas
correteando por la calles durante la mañana, sin madrugar, pero sin perder las
escasas horas hasta el almuerzo. La post
comida era otra cosa, por la potente canícula no nos dejaban salir hasta ver el
sol tras los árboles del parque, tiempo que aprovechaba para leer libros de la
pequeña biblioteca del abuelo mientras los mayores sesteaban en sus
habitaciones. La piscina quedaba lejos, aprovechábamos
el descanso del papi para llevarnos con su coche, la playa o el viaje a tierras
extrañas como los que hago ahora era impensable, daba igual, la felicidad que
nos daban los juegos y amigos son un sentimiento nunca más conseguido, el
precio a pagar por crecer.
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¿Fui un héroe, un hombre, un artista, una máscara?
No me queda mucho tiempo. Lo sé. Lo siento en los huesos, en la forma en que el aire se espesa en mi garganta.
He vivido tantas vidas que ya no distingo cuál fue la verdadera. Siento que mi cuerpo se vuelve torpe, ya no responde. He contado lo que debía, lo que sentía. Solo pido que me escuchen, solo una vez más.
Cuando cierre los ojos, no será un final, sino mi triunfo. Siento una extraña paz.
Como si todo lo que fui estuviera, por fin, en su sitio.
Canción: Lázarus, de David Bowie