Malas compañías - Esperanza Tirado




A la muerta hoy también le ha arrancado la cabeza. Su madre ya no sabe qué hacer con él. Desde que se hizo amigo del troll está imposible. Quiere convertirse en espíritu nocturno, pero aún no sabe de qué mitología. Y ya lo de castigarlo en el rincón más húmedo del cementerio no funciona.



Todo se acaba sabiendo - Marga Pérez





Hace tiempo que duermo mal, bueno, más bien poco porque mientras duermo lo hago fenomenal, ni me entero. Hoy desperté demasiado temprano para insistir en tener que dormir y me levanté y aproveché el tiempo haciendo las tareas domésticas. A las ocho en punto estaba sentada en una terraza, al sol de este maravilloso verano y con un té como única compañía. A esas horas hay mucho para observar y disfrutar y pocas personas alrededor que interfieran en ello. Los jardines a esa hora exhalan aromas frescos muy distintos a los del mediodía cuando el sol cae a plomo sobre ellos. La camarera repartía por las mesas servilletas y ceniceros. Yo era la única cliente hasta que un conocido mío, con atuendo deportivo, se sentó solo en el otro extremo de la terraza. Me llamó la atención pero en verano los hábitos cambian, seguro que a el también le llamó la atención verme a mí allí sentada, sola y a horas tan tempranas.  Enseguida apareció la mujer que lo había cuidado de pequeño, y sin pasar ni cinco minutos, su hermana también se dirigió hasta la misma mesa. Desde donde yo estaba los veía charlar animadamente pero sus palabras no se distinguían. Me emocionó verlos tan unidos después de tantos años, incluso después de haber perdido a su madre que era la que mantenía una muy buena relación con la niñera, tanto que le había dejado una finca muy bien situada desde que el corte inglés decidiera construir al lado un nuevo centro. Me emocionó ver cómo dos hermanos seguían ocupándose de la persona que los había cuidado de pequeños, a pesar de haberse independizado de la familia hacía más de medio siglo.

Con los días me di cuenta que desde mi mesa no se podía ver la puñalada trapera que le estaban propinando a la pobre anciana. Yo no la vi pero me contaron que los dos hermanos se habían aliado para despojarla de aquella finca que su madre le había legado, y lo hicieron con premeditación, alevosía y casi nocturnidad… Me gustaba más mi versión, la verdad, ya no hay valores… Una pena que en los sitios pequeños todos acabemos sabiéndolo todo de todos ¡Adiós al encanto!




Deudas - Esperanza Tirado





El prohibitivo tratamiento de mi nieto fue un duro golpe para la familia. Oramos a nuestras deidades, hicimos ofrendas a nuestros antepasados, pedimos a nuestros vecinos, tan pobres como nosotros, esperando el milagro. Ni endeudándonos durante las siguientes tres generaciones podríamos pagar todo lo que hizo por nosotros el equipo médico que vino del otro lado del mar.



Observo y escucho mis pensamientos - Marga Pérez





Hace ya un mes. Estoy sola hablando conmigo misma a todas horas. El médico me dijo que siempre lo hice pero que al dejar de oír, ahora soy más consciente porque no hay sonidos que lo tapen. ¡¡No callo!! Me gustaría tanto poder desconectarme… Hoy al fin decidí salir de casa. La primera vez que salgo a pasear desde que de repente dejé de oir. Cuantos mensajes escritos por todas partes: compro oro, merluza de oferta, prohibido jugar a la pelota, esquelas, fiestas fin de curso, concierto del coro parroquial, prohibido entrar con animales, entrada por la otra puerta, tus vacaciones en Cancún, zona wifi, la línea 2 llegará en dos minutos, ojo al perro, menú del día doce euros, temperatura hoy veintidós grados…

¡Anda! El dos es el número que más se repite. Veo a muchas personas de un lado para otro, algunas van solas y con cara de prisa, otras muchas en pareja, más relajadas, charlan. Los que pasan de tres en el grupo son los que van más lentos, se paran a cada poco, hacen corrillo para decirse algo, se ríen, no tienen ninguna prisa. Yo voy sola y tampoco la tengo, veo letreros de SE VENDE en las fachadas, de SE ALQUILA en los locales, algunos hasta con derecho a compra… Qué sorpresa ver fachadas que nunca había visto. Tienen la belleza del paso del tiempo reflejada en sus balcones, cornisas, entradas… Me acerco a un portal intrigada al ver la puerta abierta y veo que en el entresuelo hay un centro de yoga, hay una placa en la fachada. Entro y descubro una escalera señorial de mármol blanco oscurecido y desgastado por muchos años de limpiezas y repetidas pisadas. ¡Qué guapa! Igual puedo hacer yoga, aunque no oiga… El horario puesto en la puerta me invita a que venga en otro momento. Lo haré. Sentí algo especial al entrar allí… la de veces que pasé por delante y nunca me fijé ni en la casa ni en que se practicaba yoga en ella.

Una conocida me para. Hacía tiempo que no nos veíamos y no sabía nada de lo mío. Enseguida se despidió con un apretón en el brazo que nunca antes me había dado… qué cariñosa es la gente cuando saben de tu vulnerabilidad…

Llevo conmigo una tablet de esas que se borran y se puede escribir hasta el infinito pero, prefiero acostumbrarme a leer los labios. De momento yo no tengo problema para hablar, me dijeron que es fácil que lo vaya perdiendo. Con Paco ya empiezo a tener problemas… bueno, hace años que los tengo pero ahora son más evidentes. Antes pensaba que sólo era porque él no hablaba, ahora veo que ¡no escucha! ¿Tan difícil es? El oye perfectamente. Antes sólo hablaba yo pero pensaba que me escuchaba, me entendía, aunque no dijese nada. Ahora me doy cuenta de que no.  Está a mi lado pero desconectado de mí, como aquellos perros que se ponían en la bandeja de atrás del coche y movían continuamente la cabeza. Hasta le veo los ojos más perrunos cuando intenta esbozar una media sonrisa ante mis soliloquios. Antes apenas le miraba… Creo que estábamos mejor que ahora, la verdad, al menos yo, el oir otras cosas impedía que viese con tanta nitidez ¡¡ quien lo iba a decir!! Perder para ganar… y cómo sube el enfado conmigo misma… ¿por qué tengo que perder siempre algo? ¡Ya está bien! Quiero oir y quiero ver ¿es mucho pedir?



Jeta - Marian Muñoz




¡Pero tú que te has creído! ¡Te has pasado tres pueblos! lo peor es que no eres consciente de ello.  No sé qué pensarás, pero así no puedes seguir, ¡sólo faltaba eso! Que no, ni se te ocurra replicarme, menudo enfado tengo por tu culpa, no sé a dónde vas a parar con tu comportamiento, ya puedes solucionarlo cuanto antes y no me vengas con monsergas de que no ha pasada nada, claro que ha pasado y como no lo arregles vas a recibir un escarmiento bien gordo porque no voy a consentirlo más, ya puedes espabilar y hacerme caso o te las verás conmigo y entonces atente a las consecuencias.

Intentaba relajarme del calor agobiante en la terraza del Kimpe cuando mi tranquilidad y la del resto de usuarios fue perturbada por la agitada conversación de una mujer, móvil en mano, en la mesa de al lado.  Imposible no escucharla, agitaba su mano izquierda como si estuviera dirigiendo el tráfico.  Aunque no me interesaba en absoluto pegué la oreja por intrigarme a quien iba dirigida la bronca, si a un familiar, a un amigo o a un vecino.

Antes de poder enterarme colgó diciendo bien alto ¡Qué a gusto me he quedado! Tenía razón el psicólogo no sabes cómo relaja desahogarse llamando a un número desconocido, sobre todo cuando quien responde es un contestador que no ha dicho ni mu. 

¡Menuda jeta ese especialista! en vez de aguantar el chaparrón de su paciente va y le aconseja que se desfogue con un desconocido, que por educación no replicará, al pensar y con razón, que esta señora esta zumbada del todo.  No sé si preguntarle quien es el tipejo para no ir jamás.

Dos días más tarde veo en el periódico una foto donde aparece la susodicha, el titular decía: “Mujer denunciada por amedrentar a político”.  ¡Toma ya, con la política hemos topado! Yo que ella denunciaba al psicólogo como responsable subsidiario, ¡de cemento armado, oiga!











Ritual - Esperanza Tirado







A disfrutar de la cerveza, se dijo, mientras el primer sorbo le enfriaba la garganta y le templaba el pulso. El trabajo estaba hecho: limpio, sin ruido, sin gloria. Un asesinato por encargo, sin épica, solo oficio.

En el bar donde entró después, nadie sospechó nada.

La espuma se deshacía como los rastros que dejó atrás. Mera rutina. Como quien apaga una luz al salir. En cada trago, un silencio. En cada burbuja, un recuerdo que no debía quedarse. Porque incluso la muerte, cuando se vuelve costumbre, merece una breve pausa dorada.
















Voces - Esperanza Tirado



Los siguientes serían los niños, sus huesos blanditos no molestarían mas a sus potentes mandíbulas, y al primer mordisco los llantos y peticiones de auxilio cesarían. Un buen postre, digno del mejor creador de patisserie.

Leyó las últimas líneas escritas y decidió quemar el manuscrito en la chimenea. Su cabeza funcionaba a su manera, por muchos ingresos psiquiátricos que acumulara, el horror y la crueldad formaban parte intrínseca de su historia. Esta vez escuchó a las voces con más atención.