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En este blog encontrarás los relatos escritos por los participantes del taller de escritura "Entre Lecturas y Café", así como la información de las actividades del club de lectura del mismo nombre.
¡Pero tú que te has creído! ¡Te
has pasado tres pueblos! lo peor es que no eres consciente de ello. No sé qué pensarás, pero así no puedes
seguir, ¡sólo faltaba eso! Que no, ni se te ocurra replicarme, menudo enfado
tengo por tu culpa, no sé a dónde vas a parar con tu comportamiento, ya puedes
solucionarlo cuanto antes y no me vengas con monsergas de que no ha pasada
nada, claro que ha pasado y como no lo arregles vas a recibir un escarmiento
bien gordo porque no voy a consentirlo más, ya puedes espabilar y hacerme caso
o te las verás conmigo y entonces atente a las consecuencias.
Intentaba relajarme del calor
agobiante en la terraza del Kimpe cuando mi tranquilidad y la del resto de
usuarios fue perturbada por la agitada conversación de una mujer, móvil en mano,
en la mesa de al lado. Imposible no escucharla,
agitaba su mano izquierda como si estuviera dirigiendo el tráfico. Aunque no me interesaba en absoluto pegué la
oreja por intrigarme a quien iba dirigida la bronca, si a un familiar, a un
amigo o a un vecino.
Antes de poder enterarme colgó
diciendo bien alto ¡Qué a gusto me he quedado! Tenía razón el psicólogo no sabes cómo
relaja desahogarse llamando a un número desconocido, sobre todo cuando quien
responde es un contestador que no ha dicho ni mu.
¡Menuda jeta ese especialista!
en vez de aguantar el chaparrón de su paciente va y le aconseja que se desfogue
con un desconocido, que por educación no replicará, al pensar y con razón, que
esta señora esta zumbada del todo. No sé
si preguntarle quien es el tipejo para no ir jamás.
Dos días más tarde veo en el periódico una foto donde aparece la susodicha, el titular decía: “Mujer denunciada por amedrentar a político”. ¡Toma ya, con la política hemos topado! Yo que ella denunciaba al psicólogo como responsable subsidiario, ¡de cemento armado, oiga!
A disfrutar de la cerveza, se dijo, mientras el primer sorbo le enfriaba la garganta y le templaba el pulso. El trabajo estaba hecho: limpio, sin ruido, sin gloria. Un asesinato por encargo, sin épica, solo oficio.
En el bar donde entró después, nadie sospechó nada.
La espuma se deshacía como los rastros que dejó atrás. Mera rutina. Como quien apaga una luz al salir. En cada trago, un silencio. En cada burbuja, un recuerdo que no debía quedarse. Porque incluso la muerte, cuando se vuelve costumbre, merece una breve pausa dorada.