Todo
por mi familia. Esa era la frase que siempre me repetía a mi mismo
constantemente. Esa fue la razón por la que me enrole en el ejercito
de nuestro rey. Nunca me había gustado la guerra. Desde que mi padre
murió en el campo de batalla sabía que todos esos cuentos de fama y
gloria eran mentiras. Mentiras que los nobles habían difundido entre
los plebeyos para que gustosos murieran por sus causas. Causas que a
veces no eran más que dispustas por una simple cuestión de reparto
de tierras.
Nunca
quise unirme al ejercito. Solo quería ser un simple granjero, como
lo han sido todos los antepasados de mi mujer. Era un trabajo
honrado. Un trabajo en el que no se pierde la vida inútilmente ni te
ves obligado a sesgar otras vidas. Pero la desgracia llamo a la
puerta de mi casa cuando, en una época de sequías, un incendió
arrasó las hectareas que había heredado por enlace matrimonial.
Desesperado.
Sin saber que hacer con mi vida y con varias bocas que alimente
recurrí a la único que conocía. La vida militar. Aquella que
heredé a través de mi padre. Detestaba la idea pero en realidad no
tenía elección. Era la única manera de salvar a mi familia.
El
principió fue sencillo. Mi padre tenía cierta reputación por lo
que no fue difícil que me aceptaran en el ejercito. A partir de ahí
se termino la parte fácil. El entrenamiento fue intenso y muy duro.
Los instructores rozaban lo cruel y cada día terminaba de la misma
manera: con un intenso dolor de huesos.
Pero
si malo ya era el entrenamiento peor resulto entrar en una batalla
real. Todo era caos. Caballos desbocados, chocar de espadas, sangre a
borbotones y un campo lleno de cadáveres al final de cada batalla.
Eran momentos tan atroces que siempre terminaría recordando en mis
pesadillas.
Lo
unico que me hizó posible seguir adelante fue pensar en mi familia.
Sabía que si no seguía con la lucha mis seres queridos sufrirían.
Ese pensamiento me hizó esmerarme en mi trabajo y poco a poco me
acostumbre a los gritos, la sangre y la muerte a mi alrededor. Si no
te acostumbras a la guerra, está acaba contigo.
Pasaron
los años y cuanto mas tiempo pasaba en la guerra más me
acostumbraba a ella. Hasta el punto de que la batalla fue lo único
que conocía, a excepción de los pocos ratos que podía pasar con mi
familia. La guerra siempre nos tenía marchando de un lugar a otro.
Echaba de menos a mi familia pero sabía que todo lo que estaba
haciendo servía para que ellos tuvieran que comer.
Llego
el día, en que me acostumbre tanto a la guerra que comencé a tener
el reconocimiento del resto de soldados y ascendí varios rangos
haciendo que la paga obtenida fuera aún mayor. Eso hizó que me
sintiera más cómodo con mi posición ya que sabia que cuanto más
me esforzará mejor vida tendrían mis hijos y mi esposa.
Pero
todo tiene un final. El mio en el ejercito fue abrupto y violento
cuando en mitad de una batalla termine malherido y sobreviví de
milagro. Tenía la esperanza de recuperarme y volver al combate pero
nunca sucedió. Sin el dinero que me daba el ejercito por el servicio
y con la pierna herida permanentemente me vi obligado a búscar otro
trabajo.
Lo
primero que intenfe fue trabajar como guardia pero nadie quería
contratar a un hombre lisiado. Probé en muchos sitios pero todos me
daban la misma respuesta hasta que alguien me propuso probar un
puesto diferente. Uno que con solo pensarlo me helaba la sangre pero
que me daría buena paga y del que no me faltaría trabajo.
La
desesperación me llevo a aceptarlo y pronto estuve en mi puesto con
la capucha sobre la cabeza y el hacha en las manos. La primera vez
fue la más difícil pero no tanto como esperaba. Después de toda el
tiempo en la guerra y todas las cosas que había tenido que realizar
no me temblaba la mano a la hora de matar.
Como
me habían prometido no me faltaron quehaceres. De todas partes me
llamaban para ejecutar los veredictos de los jueces y nobles. Era un
trabajo difícil de realizar pero lo soportaba pues cada vida
quitada, cada cuello sesgado o mano amputada era por el bien de mi
familia. Mis victimas morían para que mis hijos vivieran.
Para
mi era un trato justo. Pues mis víctimas nunca eran inocentes eran
criminales ladrones, asesinos, violadores todos caían bajo mi hacha.
Nadie sabía quién era bajo la capucha y hasta muchos me tenían
miedo pero eso no me importaba. Yo nunca había búscado fama y ya no
tenía posibilidades de lograrla. Mi trabajo seguía teniendo el
mismo fin quitar vidas pero ahora de una manera muy diferente pues ya
no era un soldado, yo era el verdugo.
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