Presumía con orgullo de su respeto a la naturaleza y sobre todo a las flores.
En su casa no faltaban jarrones luciendo las formas y destellos que la vida ofertaba en cada ciclo.
En otoño las pomposas dalias de burdeos eran su pasión.
Ramos de tulipanes como pinceladas brillantes , aromáticos jazmines que evocaban sus sentimientos más bellos alegraban el invierno escaso de luz.
La primavera irrumpía en su salón con las rosas parlanchinas de roja pasión, de agradecimiento rosa o de blanca pura inocencia. Otras veces eran los coloridos narcisos sus favoritos.
Y en los calores del estío las vistosas hortensias, las humildes margaritas oráculos del amor, las verbenas lilas hechiceras de protección y muchas especies más coronaban las estancias llenándolas de armonía y color .
Aquella mañana de invierno siguió con la lectura de “El principito” de Antoine Saint-Exupéry,
El capítulo del principito y la rosa.
-”Te amo” – dijo el principito… -”Yo también te quiero” – dijo la rosa. -”No es lo mismo” – respondió él…
Querer es tomar posesión de algo, de alguien. Es buscar en los demás eso que llena las expectativas personales de afecto, de compañía… y bla ,bla, bla….
Amar es desear lo mejor para el otro, aún cuando tenga motivaciones muy distintas.
Y desde estos dos sencillos sentimientos que tan inconscientemente confundimos todos, comprendió que su amor a las flores no era sino más que su amor a su ornato y su pompa, que sacrificaba la existencia de los brotes porque no sabía amar sus raíces.
Y les devolvió la vida.
Hoy sus estancias se adornan y deleitan los ojos con plantas que no mueren ,ancladas en la tierra ,bendecidas con el agua, protegidas por el amor.
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