Mara
estaba en el jardín de su casa. El siempre estuvo ahí, lleno de
árboles, arbustos, plantas y mucho cesped, pero... realmente Mara no
lo descubrió hasta que Celia, su hija, desapareció dejándola
deshecha . Le costó mucho aceptar su ausencia. Más que por el hecho
de irse por la forma en que lo hizo. Celia se fue sin una palabra, un
reproche, una discusión, un portazo...
A
Lara, su hermana, le encantaba estar con su madre en el jardín y
cada rato que tenía libre iba con ella para ayudarla, decía, pero
sólo se ocupaba de los bichos que desde que empezaba la primavera
innundaban todos los rincones: caracoles, babosas, grillos,
mariquitas, lombrices, angelitos... toda una fauna menuda y fecunda
que la tenía maravillada.
La
desaparición de Celia hizo mella en todos. Sus padres día a día
iban perdiendo peso, color e ilusión, pasando a ser dos viejos en
tan solo tres meses de ausencia y sufrimiento. Lara también acusó
la desaparición de su familia y empezó a llamar la atención
reclamando que todo volviese a ser como antes. Del colegio recibieron
quejas pero gracias a que el abuelo se fue a vivir con ellos la nube
pasó sin peores consecuencias y volvió a su alegría habitual.
Paco
salió antes del hoyo. Vio la madrugada en lo más profundo de la
noche y se agarró a la mano que su trabajo le tendía, disipando así
las tinieblas que aún flotaban... mientras que Mara no quería ver
nada. No quería sentir, no quería vivir, no quería ser ... el
sufrimiento la llevaba cada día a echar mano de pastillas que
coloreaban horas y horas de sueño sin sentido.
Celia
fue la niña de sus ojos, la primera, la siempre adulta, la
confidente, la responsable, la estudiosa...pero estaba claro que le
engañó: no la conocía, no sabía qué pensaba, ni qué hacía, ni
con quién andaba... porque todo indicaba que Celia desapareció
voluntariamente. Cogió una mochila con sus cosas y se fue, sin dejar
rastro, se esfumó... así de simple. Hacía ya dos años... tiempo
que gracias al jardín Mara ha podido pasar en pie, porque, cuando
vio que la policía cerraba el caso sin traerla a su lado... se
volvió loca . Necesitó ayuda para volver a la cordura. Necesitó
ayuda para ver qué estaba haciendo con su vida. Necesitó ayuda
para salir del bucle.
Los
orientales, sabios milenarios, saben que cuando duele el alma hay que
trabajar la tierra .
Paco
sacó de ella las fuerzas necesarias para cuidar del jardín y juntos
tiraron de sus cuerpos mientras el trabajo tiraba de sus almas.
Mara
estaba en el jardín de su casa. Habían pasado los dos peores años
de su vida. Leía a la sombra del laurel real mientras , no muy
lejos, Lara jugaba con sus bichitos. Como de pasada vio a Paco
entrar. Traía un sobre en la mano y notó en su cara algo que le
hizo ver el dolor de meses ya lejanos. Instintivamente se tensó y
saltó de la silla hacia él como por resorte. La leona herida que
creyó ya desaparecida resurgió y sin mediar palabra le arrebató
el sobre, lo rasgó...y leyó:
"Aire
fui, flor fui, mariposa, lluvia, nube,
lluvia,
enredadera, paloma fui
y
en todo aquel inmenso camino se fueron quedando mis odios
y
al final yo era tan ligera y suave como la luz"
No
entendieron nada. Se miraron en silencio buscando respuestas. Mara
vió su nombre en el sobre y sintió la mano de Celia en cada letra
escrita dirigida a que ella la leyese.
-
¿Qué significa, Celia? ¿qué quieres que haga?... Gritó
angustiada.
Mara
se desestabilizó pero ya no se hundió... dejó de hablar y de
escuchar. Se envolvió en dureza y entró en una espiral de intensa
actividad. El sueño no siempre la dormía y absorta repetía a todas
horas cada palabra del mensaje, esperando que en algún momento se
hiciese la luz en su cabeza y acabase por fin entendiendo.
La
intensa actividad de Mara tuvo muchas consecuencias negativas, sobre
todo en el jardín del que sólo salía por necesidad. Segaba,
podaba, regaba y abonaba de manera compulsiva, adquiriendo el jardín
en pocas semanas una tonalidad marchita y con muchos visos de muerte
inminente.
Paco,
preocupado, buscó a alguien que la ayudase a mantenerlo y en pocos
días contrató a Melisa, una experta jardinera muy bien valorada
entre sus vecinos.
Al
principio se sintió molesta al considerar que la estaban relegando
de un trabajo que realizaba muy a gusto. Cuando el le explicó que lo
único que quería era que descansase y que se ocupase del jardín
sólo cuando le apeteciese, sintió el cariño y accedió. Así
todo, pasó de Melisa y siguió con su actividad hasta el día en que
la vio caminando descalza por el cesped.
-
¿Qué haces descalza? Vas a coger frío.
-
Formo parte de la tierra y necesito sentirla --contestó Melisa con
dulzura.
Mara,
no sabe por qué pero se quitó los zapatos y anduvo descalza
buscando sentir como ella. Después de un rato Melisa caminó a su
lado en silencio y Mara empezó a hablar.
Le
contó bastante más de lo que contaría a una desconocida y se
sintió muy a gusto.
La
naturaleza es muy sabia y día a día, a través de Melisa, va
enseñando a Mara sus conocimientos porque, como ella le dice "la
naturaleza es la que sabe yo sólo observo lo que me muestra".
Así, poco a poco, aprende a conocerla, a respetar sus tiempos , a
escucharla, a saber cuando no es necesaria su intervención, a oir
sus gritos de auxilio, a permitirle que madure , a cuidarla , a no
axfisiarla , a esperar...
Los
años han ido transformando a Mara en una gran mujer, esposa y madre.
Ocuparse del jardín ha sido para ella un camino de búsqueda
personal de gran valor. Melisa hace tiempo que no es su jardinera
pero si su mejor amiga. En los momentos de bajona aún le recuerda la
actitud de la naturaleza frente a las inclemencias del tiempo y Mara,
serena, trata de aceptar con amor lo que nunca entendió y seguirá
sin entender .
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