Cuando se dio cuenta de que dominaba las nuevas tecnologías, Ricardito Montánchez decidió que ese sería su prometedor futuro. Antes había probado con otras profesiones, entre ellas pastor protestante, guardia jurado y profesor de yoga, pero ninguna se adaptaba a su descomunal inteligencia. El día que desmontó un ordenador y lo volvió a montar cual si de un puzle se tratara, supo que había nacido para ser informático. Que el aparato no funcionara era un detalle sin importancia. Tenía labia el muchacho, así que no le costó mucho que lo contrataran en una importante empresa encargada de llevar el sistema informático de todos los bancos del país, pues prendados quedaron no solo de la oratoria del muchacho, sino de su buena planta, enfundado en un traje azul marino y con una corbata celeste, comprado todo en el mercadillo de Villahermosa del Olmo, que era todos los jueves. Allí se había hecho también con varios libros de segunda mano sobre el tema, editados en el año 77, un poco antiguos, pero que aún así habían aportado fluidez a su natural sapiencia.
Hace apenas una semana que desempeña su puesto. Le encanta el botón dorado de su ordenador. No sabe para qué sirve pero a lo largo de la mañana, después de hacer unas cuantas estupideces lo pulsa con gesto interesante. Ya hay 43 nuevos ricos en este país. El botón de las transferencias funciona que da gusto
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