(Dedicado a mi madre Isabel G. Villarino)
La protagonista de esta historia es una anciana, dulce y a veces con carácter. Viene para casa después de dar un paseo y en la puerta del portal del edificio se encuentra con una vecina, se sonríen y se saludan, pero la protagonista quiere hablar, necesita hacerlo. La veo muy bien. Pues ya ve, antes nos veíamos porque venía a pasar las navidades con mi hija y mi nieta y ya de paso me quedaba aquí hasta marzo, pero ahora usted y yo nos veremos más. Pues que me he mudado a vivir con mi hija hace pocos días. He tenido un importante achaque hace cuatro años. Ella y mi nieta vivieron unos cuantos meses en mi casa hasta que me recuperé. Ahora he vuelto a tener desajustes, “anemia” y como ha sido varias veces en el mismo año, consideran que no debo vivir sola a mis ochenta y cinco años. Aquella casa que no era mía pero que así la describí porque pagaba religiosamente la renta; ya se queda para el recuerdo. Muchas cosas de las que allí había las traje para la casa de mi hija, mi habitación completa, por ejemplo.
Hemos hecho un intercambio mi nieta y yo, yo he venido a vivir a la que fue su casa, al lado de su madre y ella se ha mudado a un pisito con su novio. Estas cosas tan modernas no me gustan, pero viniendo de mi nieta que es la joven más responsable y educada que conozco, lo llego a entender todo. Ahora nadie se casa, viven juntos como casados y si se llevasen mal, que no es el caso, pues cada uno por su lado, sin falta de divorcio y pagar un abogado, eso me imagino yo que es así. No sé como sería si hay hijos de por medio.
El caso es que mi nieta se llevó mis muebles de salón que no tenían mas de cinco años. Me alegro tanto que se los quede ella... No son tipo modernos de los que suelen comprar la juventud, pero son en plan rústicos, como si fuesen para una aldea. Le gustaron o se conformó mientras ella no tiene que gastar en nada. No se nota nada que estoy muy orgullosa de la chiquilla ¿verdad?
La cosa es que yo en mi antiguo barrio tenía amigas con las que salía a pasear y mientras, charlábamos, de la vida y de la novela de turno que veíamos en Antena 3.
Aquí no conozco a nadie, solo a usted que ya hemos coincidido en el portal unas cuantas veces y me resulta muy agradable conversar con usted, todo sea dicho. Sé que vive usted sola. Fíjese y es mayor que yo. Ay, es verdad, ¡qué tonta! ahora recuerdo que usted vivía con su hermano, hasta que falleció recientemente, el pobre. ¿Le di el pésame? Sí, se lo di otro día que nos cruzamos como hoy. Por cierto, hace usted muy bien en ir a jugar a las cartas al hogar del pensionista. Yo iría si no fuese que no me gustan nada las cartas. Reconozco que están muy bien porque ejercitas la mente. ¿Sabe como la ejercito yo? Contando puntos. Yo hago ganchillo. Me entretiene mucho, aunque ahora veo menos que antes. Tejo por intuición. Todas somos creadoras en mi casa. Mi hija escribe, yo le digo muchas veces que si eso le sirve para algo. Claro que le sirve, pero me sale decirle eso porque se pasa horas y horas encerrada en su habitación escribiendo. Yo cuando me mudé a su casa creí que iba a estar acompañada, pero me deja sola en el salón, ahí con la tele. Hablo con los de la tele, no estoy mal de la cabeza, lo hago desde el año 70 que fue cuando mi marido, que en paz descanse, compró la primera tv que tuvimos, era en blanco y negro, sí. Cuando mi hija se sienta a ver una película conmigo me manda callar todo el rato. Yo voy previniendo a la víctima que alguien va a secuestrar o a matar. Les digo; “Ay qué tonta eres, te van a pillar, Mírala si va a la boca del lobo” y mi hija; “Mamá no te oye, es una película” Los hijos cuando crecen piensan que somos tontas. Ya sé que es una actriz, y que es una película con un guion de esos que escribe ella; pero vamos a ver… ¿No puedo yo meterme en la trama y vivirlo? Pues eso, mis pensamientos los exteriorizo. Que a veces hay que airear las ideas que luego todo se entumece.
Antes le decía que todas somos muy creativas. Mi nieta también. La echo tanto de menos… A veces entro en su cuarto, donde ella dormía cuando vivía con su madre. Sólo entro por oler su olor, por repasar sus cosas que las dejó tal y como estaban. Miro a un cuadro, pintado con acuarela, lo creó ella, aunque no sé qué parte hizo su profesora de dibujo y cual ella, pues era pequeñita cuando lo pintó. No sé qué significa, un árbol cómo seco y sobre ese árbol en ramas diferentes y dándose la espalda, veo… más bien me imagino a un hombre y una mujer, contemplando la puesta de sol. Colores cálidos, dorados, y naranja y delante del árbol como un lago con aguas oscuras. ¿He dicho que estoy orgullosa de mi nieta? ¿Ya se va? Sí, bueno ya es la hora de subir a comer. Suba, suba usted primero. Con este puñetero virus no podemos ni compartir el ascensor. Todos tenemos mucho miedo ¿verdad? Pero salir a pasear hay que salir. (Se dicen adiós con distancia. Observa y deja subir primero a la vecina, luego sonríe y deja salir su último pensamiento en voz alta) Me gusta hablar, ¿qué le voy a hace
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