¿Por qué no te callas?, le digo a mi cabeza para que deje de atormentarme. Es que es levantarme, leer el periódico y volverme tarumba. Y mi cabeza empieza a darme la lata. “Venga, abre facebook y descarga ahí tu rabia porque es el único sitio en el que lo puedes hacer”. Y yo me resisto, que luego sé lo que pasa, que suelto por la boca, bueno, más bien por el teclado, todo lo que pienso y no tardan en llegar los comentarios y la mayoría de las veces la cosa se sale de madre y se arma la de San Quintín, con insultos más afilados que las espadas. Y me arrepiento. Me arrepiento de decir lo que pienso sobre ciertos temas aunque esté convencida no de tener razón, que puedo equivocarme como cualquiera, pero sí de tener derecho a expresar mi opinión. Y siempre lo hago respetando a los demás, que no soy yo persona de atacar a nadie y mucho menos de soltar una sarta de improperios. Tan solo me apetece exponer temas que atañen a los ciudadanos, para quejarme, para reflexionar, para sacar la mala leche. Pero últimamente no puedo dejar de repetirle a mi mente ¿Por qué no te callas? ¿Por qué no te callas? Porque estamos viviendo unos tiempos en los que la libertad de expresión deja mucho que desear, aunque sea la simple opinión de una ciudadana de a pie. Y me da rabia, porque de alguna manera sé que me estoy auto censurando como les sucede a muchas otras personas. Qué pena, pienso entonces. Qué pena que después de la lucha de tantos años contra la censura impuesta por una dictadura, los ciudadanos se dediquen ahora a censurar a otros de malas maneras, con insultos y ataques personales. Qué pena que nosotros mismos nos apliquemos la auto censura para evitar problemas. Qué pena que el sistema nos haya ganado la batalla sin que la mayoría de la gente sea consciente de ello. Y por eso le repito a mi cabeza día tras día, ¿por qué no te callas? Pero no me hace caso y continúa machacándome “eso no es normal; nos están idiotizando; mira lo qué hacen; nos están quitando derechos y libertades; nuestros gobernantes solo se dedican a meterse unos con otros, como niños callejeros; Europa nos quiere esclavos… Ella no se calla y yo ya no escribo porque aunque creo que es necesario sé que solo me puede traer sino problemas, sí momentos de incomprensión, de mal humor, de no entender ciertas reacciones, de ser tachada de fascista, racista, anti feminista y todos los “ista” que se quieren añadir. ¿Cobarde? Sí, así me siento.
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