Cromados deslumbrantes - Esperanza Tirado

                                        Resultado de imagen de cadilac rojo

 

 


Un Cadillac rojo con cromados brillantes en los que reflejarse. Ese era su gran sueño desde que tenía uso de razón.

Ansiaba sacarse el carnet, tener su vehículo y, motorizado, deslumbrar a todas las chicas del barrio.

Y llegó SU Cadillac, pero no las chicas. Curiosamente, ellos sí se fijaban más. En el automóvil. Y en el dueño.

Intentó aprovechar la situación y probó a dar una vuelta a su sexualidad.

Pero estaba claro. Sería un solitario. Con Cadillac o sin él, ellas no se le acercarían. A no ser que les pagara sus viajes hasta el amanecer.



Canción: Cadillac Solitario, de Loquillo & Trogloditas

https://www.youtube.com/watch?v=vvitGvSA1EI

 

 

                                                  Licencia de Creative Commons
Este obra está bajo una licencia de Creative Commons Reconocimiento-NoComercial-SinObraDerivada 4.0 Internacional.

Canción de adiós - Gloria Losada

                                        Resultado de imagen de pareja en playa ibiza

 


Las primera luces del alba se cuelan por la ventana entreabierta. Miro el reloj. Pasan unos minutos de las seis de la mañana y el calor ya se está haciendo insoportable, ni siquiera la tenue brisa que se cuela por la rendija logra aliviar un poco la sensación bochornosa. La habitación huele a sudor rancio y a humedad. Tu cuerpo yace en la cama, a mi lado. Tu respiración lenta y acompasada me dice que estás plácidamente dormido. Contemplo tu bello rostro y por un segundo se adueña de mí una infinita ternura. Me gusta tu piel blanca, tu cabello rizado, tus ojos color avellana, tu nariz recta y afilada, tu sonrisa de dientes blanquísimos y perfectos. Me entristezco al pensar que pronto podré verlos tan sólo en mi recuerdo. Me levanto y enciendo un cigarrillo, me acerco a la ventana y me siento en el alféizar. Me entretengo un rato en observar el humo que sale de mi boca, después de haber ensuciado un poco más mis pulmones. Sonrío al recordar que no fumaba hasta que te conocí. ¿Te acuerdas? una noche de verano, casi tan calurosa como ésta, en aquella playa de Ibiza. Era la primera vez que salía de casa sin mis padres y estaba ávida de experimentar emociones desconocidas. Acababa de cumplir dieciocho años, tú tenías veinte. Yo por aquel entonces era una chiquilla ingenua y enamoradiza, por eso puedo decir sin tapujos que me enamoré de ti en cuanto te vi, aunque muchos se empeñen en afirmar que eso no puede ser. Salías del agua vestido con unos pantalones vaqueros empapados. Pesaban tanto que apenas te permitían caminar. Tu torso, atlético y cubierto de bello, desnudo, mojado, atrajo mi mirada y despertó en mí un deseo que jamás había sentido. Al pasar por mi lado me miraste y me premiaste con tu sonrisa, una sonrisa que me encandiló de tal forma que te perseguí de forma inconsciente durante toda aquella noche de fiesta. No sé si fue el azar, la casualidad o la misma vida que hace de las suyas, pero al día siguiente estabas en la playa. Esta vez te acercaste a mí con el descarado propósito de ligar conmigo. Y el "cómo te llamas", "estudias o trabajas", nos fue llevando la conversación hacia otros derroteros mucho más interesantes. Por la noche viniste a buscarme al hotel y me llevaste a otra fiesta. Fue allí donde me ofreciste el primer cigarrillo, que yo acepté por la vergüenza que me daba decirte que no había probado el tabaco nunca en mi vida. Ya ves, con el tiempo se ha ido convirtiendo en mi único vicio, un vicio que no quiero abandonar porque me une a ti, a esas tardes de invierno que tantas veces hemos pasado charlando entre cigarrillos y café. Nos hicimos inseparables, amigos, colegas… pero ambos queríamos más y terminamos por dárnoslo. La última noche de mi estancia en la isla me tomaste de la mano y nos fuimos a pasear por la playa donde nos habíamos visto por primera vez. Yo sabía que eran nuestros últimos momentos juntos, que el amor que sentía por ti tenía las horas contadas por fuerza, no por voluntad propia, y mientras caminábamos descalzos, dejando que las olas que rompían en la orilla acariciaran nuestros pies, pugnaba por no llorar delante de ti, para que no te dieras cuenta de la pena tan grande que sentía al tener que dejarte. Al mismo tiempo mi cuerpo te pedía, insinuante, que le dejaras algún recuerdo, alguna huella que quedara perdurable pegada a mi piel recién salida de la adolescencia. Años después me confesarías que tú sentías lo mismo, que deseabas unirte a mí como un animal en celo. Por eso me llevaste a la esquina más oscura y allí nos amamos con pasión desenfrenada, sabiendo que era la primera y la última vez que nos regalaríamos las caricias y los besos que salían de nuestras manos y de nuestras bocas.

Ya te he contado mil veces las lágrimas que derramé por ti en el avión de vuelta a casa. Ahora lo pienso, después de pasado el tiempo, y hasta me siento estúpida. Estúpida por pensar que lo nuestro tendría que ser como los amores eternos que sólo existen en las películas, en las novelas rosa que devoraba en la soledad de mi habitación en los fríos y grises días del invierno. Y es que cuando se tienen dieciocho años, el amor soñado y no conseguido se convierte en una tragedia que amenaza nuestra existencia haciéndonos creer que ya jamás podremos volver a amar. Metida en aquel avión, encerrada en aquel aparato a muchos kilómetros del suelo, eso era lo que yo pensaba: que a nadie volvería a querer como te había querido a ti, que nadie podría paliar mi sufrimiento.

Pensé que jamás volveríamos a estar juntos, por eso no me llevé de ti recuerdo alguno, ni siquiera un número de teléfono, era mejor perder todo contacto para así hacer más rápido el olvido. No podía imaginarme que sólo unos meses más tarde volverías a mi lado, que estarías esperándome una lluviosa tarde de enero a la salida de la facultad, para decirme que el amor que sentías por mí te había desbordado, que era tan intenso que no podías dejar de pensar en mí, que querías que pasáramos el resto de la vida juntos. Creo que aquel fue el momento más feliz de mi existencia. Volver a estar contigo colmaba todos mis deseos, que sintieras por mí lo mismo que yo por ti significaba la realización de todos mis sueños.

Sí, debo de reconocerlo, tuvimos una vida plena, el camino andado juntos ha tenido más rosas que espinas y los años que hasta hoy han pasado lo han hecho demasiado rápido tal vez, pero ha llegado a su fin, ya no hay lugar hacia dónde ir, ya no hay ruta que tomar, que elegir. No sé en qué momento me envolvió el desencanto, no sé cuál fue el instante preciso en que tu presencia empezó a molestarme, en que la pasión abandonó nuestro lecho. Supongo que la rutina se instaló entre nosotros y poco a poco dejamos de ser diferentes a los demás, empezamos a hacer las mismas cosas, a tener sus mismos problemas, a vivir su misma vida insulsa.

Y un día te miré y me pareciste un extraño. Por más que quise recuperar nuestra historia pasada, no fue posible, no es posible, precisamente por eso, porque ya ha pasado, porque sus protagonistas han cambiado, porque tú y yo ya no somos los mismos de antes. Así es que he decidido irme, antes de que el amor que aun queda entre nosotros se termine y acabemos convertidos en enemigos. Te lo he intentado explicar y no lo entiendes, niegas lo evidente una y otra vez, aunque sabes que tengo razón. Por eso he elegido este momento para irme, mientras duermes, sin que te des cuenta, para que no intentes retenerme, para no tener que enfrentarme a esos ojos que me pedirán con insistencia que me quede. Sé que irme así no es sino un acto de cobardía, pero no me siento con fuerzas para una despedida cara a cara. Me gustaría hacer el amor contigo por última vez, regalarte de nuevo besos y caricias, pero no es posible, no serían sinceros.

Me voy, mi vida, me voy sin rumbo fijo, a algún lugar donde poder refugiarme para olvidarte. Te dejaré esta carta encima de tu mesilla para que la leas cuando despiertes. Por favor, no me guardes rencor.

Cojo mi pequeña maleta y pongo en ella cuatro cosas. Te miro por última vez. Al cerrar la puerta de la habitación me viene a la memoria esa canción que tantas veces he escuchado últimamente pensando en ti: fuiste todo, pero fuiste, yo no sé si me entendiste, que te estoy diciendo adiós.



 

                                                    Licencia de Creative Commons
Este obra está bajo una licencia de Creative Commons Reconocimiento-NoComercial-SinObraDerivada 4.0 Internacional.

Guateque nostalgia - Esperanza Tirado

                                         Resultado de imagen de disco vinilo

  

 

De sus tiempos... últimamente esa coletilla se repite mucho en nuestras conversaciones. Será la ola nostálgica que nos invade, que cualquier tiempo pasado fue mejor... O que entonces eran jóvenes y tenían toda la vida y el mundo por delante para volar y hacer todo tipo de locuras y descubrimientos.

Reviso su discoteca: LPs de los de antes con los que ponían banda sonora a sus guateques. Hasta la palabra suena vintage, como dicen ahora. Mucha canción melódica italiana.

¿Qué tendrán los italianos y el amore? Será el calor del verano, pero hasta yo me estoy poniendo nostálgica.



Canción: Volare, de Domenico Modugno

https://www.youtube.com/watch?v=t4IjJav7xbg

 

 

 

 

                                                 Licencia de Creative Commons
Este obra está bajo una licencia de Creative Commons Reconocimiento-NoComercial-SinObraDerivada 4.0 Internacional.

 

El rugido del volcán - Marian Muñoz

                                     Resultado de imagen de cumbre vieja explosion

 

 

.

Más vale escabullirme entre la muchedumbre y pasar desapercibida porque si me pilla un periodista no me aguantaré soltar el cabreo monumental que tengo y saldré por la tele como una chiflada. Que sí que me alegro por mis convecinos de que el volcán esté echando una siesta de otros cincuenta años, pero es que manda narices cuando tiró aquel pedo y empezó a escupir lava me fastidió la vida que tenía tan felizmente encauzada con un buen trabajo, y ahora que se ha apagado me hace lo mismo tras haber ideado un negocio para salir a flote económicamente. Por eso estoy que me llevan los demonios y súper enfadada.


Durante estos meses hemos sufrido todos el rugido del maldito volcán, al principio los temblores, luego el apestoso vaho acompañado de lava, cenizas y pyroclastos, además de bombas volcánicas, fumarolas y según el momento la erupción podía ser estromboliana, hawaiana, vesubiana, en fin, además de aprender multitud de palabras técnicas sobre la naturaleza de nuestro enemigo también hemos ganado terreno con las fajanas, por no hablar del malpaís que quedará encima de muchas casas, un horror y un terror que será difícil de olvidar ni siquiera por los más pequeños que aún se despiertan sintiendo los temblores que ya cesaron, el volcán se apaga pero la angustia y el desconcierto durará muchos años más.


Aquel 19 de setiembre iba para cinco años que residía en la isla gracias a un error garrafal en la compra del billete de avión. Quería ir a Las Palmas de Gran Canaria y pillé uno barato para La Palma. Cuando salí del aeropuerto tropecé con un entorno inesperado y totalmente perdida, la intención era trabajar en algún complejo turístico de los que están plagados en aquella isla, por el contrario sólo veía viviendas pequeñas, pueblos recogidos y coquetos a lo largo de la falda de la montaña. Únicamente había comprado ida, el presupuesto no daba para más y coger otro vuelo era impensable. Tras dos días llorando en una pensión decidí tirar para adelante y buscarme la vida. Gracias a mi don de lenguas me ofrecí en hoteles, apartamentos, agencias de viajes y fue en una de éstas donde me aceptaron y enseñaron a ser una buena guía de La Palma.

Con el ahorro de los primeros sueldos compré una cuadra acondicionada como vivienda con un trozo de terreno y el baño fuera de las cuatro paredes que la componían. En ratos libres la fui remozando y convirtiéndola en un hogar, diminuto pero acogedor. La agencia turística me ocupaba tres días a la semana y tras hacer un curso intensivo me registré como free lance de aventura llevando grupos de hasta diez personas para hacer senderismo, parapente, buceo o rutas en barco, obtenía pingües ganancias que permitieron reformar mi hogar e incluir entre las cuatro paredes el baño exterior.

El albañil fue recomendado por su hermana, mi jefa en la agencia de turismo, un tío majo y afable como todos los isleños. Me había escapado de un padre maltratador y una madrastra drogadicta así que cualquier muestra de educación o amabilidad me hacía sentir bien. Tras la inclusión del baño llegó el ampliar la cocina, una obra que duró más tiempo del debido y tuvimos ocasión de conocernos mejor y congeniar, al terminarla se mudó conmigo. Sus manos como albañil eran diestras y certeras pero como amante eran mágicas y tiernas, su sola sonrisa ya iluminaba el día estando siempre de buen humor, la lástima era que pasaba bastantes semanas en otras islas al tener fama de ser uno de los mejores del archipiélago. Sus ausencias no me disgustaban porque sus retornos eran tan deseados como satisfactorios, él pertenecía a la isla y siempre volvía.

Dos días antes de la erupción y preparando la bolsa de viaje entre temblor y temblor me cuenta que no sabe vivir sólo y mucho menos en una habitación de hotel, así que tiene una novia en cada isla con la que convive mientras está trabajando. Con ninguna está casado ni tiene descendencia al haberse hecho la vasectomía hace mucho por no ser adecuado tener un hijo en cada isla. -No sabía si me estaba lanzando un órdago o estaba sincerándose, opté por seguir escuchándole-. Confesaba que quería envejecer conmigo, siempre volvería a la isla porque era su hogar y ninguna de las otras conocía la verdad, sólo me amaba a mí y por esa razón me lo contaba. Quedé tan traspuesta que se despidió dándome un beso y no pude decirle nada.


Los temblores en la isla eran cada vez más fuertes y frecuentes, comenzando a temer lo peor su hermana me aconsejó hacer las maletas con lo más imprescindible: documentación, recuerdos, joyas, dinero, todo aquello que considerase importante y depositarlo en su casa al otro lado de la isla donde la vida se llevaba con más normalidad. Menos mal que le hice caso al dejarle también las dos mascotas, dos perritos recogidos de la calle, juguetones y cariñosos que aliviaban mi soledad porque en cuanto el volcán escupió aquella fumarola y luego la lava por sus laderas tuvimos que abandonar nuestras viviendas rápidamente, más por precaución que por otra cosa ya que mi barrio no parecía peligrar según la dirección de las coladas, pero la caída de tanta ceniza podía provocar derrumbes de tejados por lo que me alojé en casa de ella viéndome obligada a cesar toda actividad turística, tanto por el cierre del aeropuerto y ferris como por ser peligroso respirar en muchas ocasiones aquel aire cargado de azufre.


No podía estar de brazos cruzados y me apunté como voluntaria, mi cuenta bancaria estaba adelgazando al seguir pagando hipoteca, luz, agua, teléfono y no tener ingreso alguno, me veía otra vez como al principio de llegar con una mano delante y otra detrás aunque con amigos y vecinos a los que consolar y ayudar. Una noche mientras leía las noticias se me ocurrió una idea. Hay gente que vende por internet sus bragas usadas, sujetadores o envasa pedos, yo tenía acceso a algo inusual que podía interesar: ceniza. Por turnos nos permitían acudir a limpiar los tejados y las casas de tanta acumulada debiendo depositarla en contenedores del ayuntamiento. Pues bien, empecé a quedarme las bolsas, alquilé un pequeño local, encargué quinientos tarros pequeños y otros trescientos más grandes, creé un logo que imprimí y monté una página web ofertando tarros con ceniza del volcán Cumbre Vieja. Los vendía a tres euros más gastos de envío, los grandes a seis y si incluían una pequeña piedra de la isla subían un euro más. Me los quitaban de las manos, inventé un sistema para protegerlos y no se rompieran en la manipulación, cada día enviaba entre ochenta y cien tarros. El importe no era mucho pero las ganancias eran casi totales ya que los envases los había conseguido baratos y la materia prima caía del cielo. Cuando no tenía ceniza casera ofrecía mi ayuda a otros y me guardaba las bolsas sin que se enterasen. Por fin había conseguido sacar rédito al volcán ya que todos los días llovía ceniza, llevándolo en secreto para que nadie me quitara el negocio.

Por desgracia para mí pero alivio para mis convecinos el volcán comenzó a mostrar signos de cansancio, dejó de escupir lava, la tierra se fue calmando y finalmente se ha apagado. Mi casa sigue en pie, bastante sucia pero aún la conservo, mis ingresos están a punto de terminarse porque no puedo disimular más la recogida de ceniza y cuando un volcán se apaga deja de interesar a los foráneos. Por eso ando cabreada ya que aún tardaremos unas semanas en retomar las excursiones turísticas o la práctica de senderismo, parapente o buceo, eso sí, al menos conseguí darle un buen mordisco al enemigo de la isla para seguir sobreviviendo a sus destrozos.


Con el silencio del volcán llegó mi amor, ha retornado para echarme una mano en la limpieza y trabajar reconstruyendo en otro lugar los pueblos sepultados, en cuanto a las otras he pensado que no me importan, lo que interesa es el hoy y el ahora mientras le tenga a mi lado disfrutaré con su presencia, pero ya le avisé que vaya pensando en el matrimonio que quiero tener hijos con él aunque no sean suyos.

 

                                                    Licencia de Creative Commons
Este obra está bajo una licencia de Creative Commons Reconocimiento-NoComercial-SinObraDerivada 4.0 Internacional.

Campo de estrellas - Gloria Losada

                                        Resultado de imagen de cielo estrellado


A los que ayer se durmieron para siempre.

A los que hoy han podido ver la luz de un nuevo día.

A los que prestaron su ayuda desinteresada.

A los que colapsaron los hospitales por donar su sangre.

A mi pueblo... que hoy sufre.


Siempre había recordado sus años en Santiago con especial cariño. Y quién no lo haría. La ciudad iba ligada a su juventud, a los años de estudiante, a la vida libre de las ataduras de la familia por vez primera... Hacía tiempo que estaba pensando en regresar, aunque fuera por unos días, después de lo mal que le habían ido las cosas sentía que necesitaba reencontrarse con una pasado que, para ella, desde luego, había sido mejor que el presente.

En algún momento se le ocurrió que podía hacer el Camino, en soledad, sin nada ni nadie que entretuviera su mente, teniendo todo el tiempo del mundo para meditar, para renovar su alma. Jamás había sido muy religiosa, el creer o no en un ser superior era algo a lo que no daba demasiada importancia, pero la verdad era que, de un tiempo a esta parte, necesitaba sentir, palpar, esa espiritualidad de la que hablaban todos los que habían hecho el camino.

Así pues una mañana, cargada con una mochila llena de algo de ropa y muchos desengaños, emprendió la marcha hacia su ciudad mágica, hacía ese pasado siempre latente, hacia su lejana juventud. Y así, teniendo como compañeros, al sol, a la lluvia, al viento del nordeste y al polvo del camino, se fue sintiendo mejor y fue creciendo de ella la ilusión por vivir de nuevo, por creer, por recuperar todo aquello que había ido perdiendo.

Un día se acordó de Fran, aquel amigo que había conocido en la universidad, con el que había compartido tardes de café, de apuntes y de cigarrillos y del que, sin él saberlo, había estado perdidamente enamorada, y pensó que no estaría mal volver a verle y tener alguien con quién recordar. Cierto es que habían pasado muchos años y tal vez ya sus vidas no tuvieran nada qué ver, pero al fin y al cabo para tomar unas cañas y charlar un rato tampoco hacía falta mucho más que una agradable compañía. Cuando le llamó él se alegró de escucharla y le hizo prometer que estaría en la ciudad en el día del Apostol para pasar juntos la jornada de fiesta. Ella así se lo prometió y fue por eso que el día anterior, sabiendo que no le daría tiempo a llegar a la ciudad caminando, tomó aquel tren para poder estar con su amigo el día convenido.

Fueron unos pocos kilómetros, apenas media hora de viaje, durante la cual se sintió nerviosa y expectante, exultante su ánimo ante la perspectiva de volver a vivir la algarabía de un día de celebración. La noche, los fuegos artificiales iluminando la fachada de la catedral, la música en las calles, la gente.... y aquella luna llena que comenzaba a adivinarse por un rincón del cielo… y las estrellas esparcidas en el campo celeste del universo...

Entonces ocurrió. Fueron unos minutos, unos segundos tal vez. Se escuchó el estruendo, los bandazos del vagón de un lado a otro, los gritos aterrorizados de la gente y la total oscuridad que se apoderó de ella en un intento firme de arrebatarle la vida...

Despertó al día siguiente en una cama de hospital y fue entonces cuando se enteró de la tragedia, de los muertos, de la solidaridad de la gente... Y supo que alguien o algo había decidido darle una segunda oportunidad. Tal vez el apóstol, tal vez simplemente su propio destino.

. Todavía no lo sabe, pero dentro de un año volverá a hacer el camino y una noche cálida de verano, desde el Monte do Gozo, apoyada en una vara de avellano y contemplado las torres iluminadas de la catedral, mirará hacia el manto de estrellas que iluminará el cielo y recordando el día de hoy, dará las gracias, al apóstol, o tal vez a su propio destino, por algo muy simple: por vivir.

 

 

 

                                                   Licencia de Creative Commons
Este obra está bajo una licencia de Creative Commons Reconocimiento-NoComercial-SinObraDerivada 4.0 Internacional.

Ella y El: Un momento - Marga Pérez



                         Resultado de imagen de mujer al telefono

 

Ella quería saber y llamó al departamento correspondiente y preguntó.

El recibió la pregunta sin saber qué contestar pero se comprometió con ella en que la buscaría y la llamaría.

Indagó con unos y con otros. Llamó a varios superiores pero ninguno supo darle respuesta, así que la llamó para hacerle saber que había fracasado en su compromiso.

No sabía lo que ella necesitaba y se disculpaba por ello.

Ella agradeció que la llamase, era la primera vez que alguien lo hacía para disculparse y valoró su amabilidad más que su eficacia. Le dio efusivas gracias.

El era la primera vez que recibía un agradecimiento tan efusivo por no realizar bien su trabajo, tan sólo por haber sido amable.

Ambos fueron felices durante aquel momento.

Si lo recuerdan aún lo siguen siendo… Y tan solo fue un momento.


 

 

 

                                                     Licencia de Creative Commons
Este obra está bajo una licencia de Creative Commons Reconocimiento-NoComercial-SinObraDerivada 4.0 Internacional.