Cuando
era pequeña creía que estaba llamada a ser algo grande. A menudo me
lo decían mis padres, eran mis primeros fans, y yo, tonta de mi, me
lo creí.
Crecí
con ese convencimiento hasta que descubrí mis limitaciones. Me di
cuenta enseguida, y sin ninguna ayuda, de que eran muchas. Supe
entonces que por mucho que me esforzase sólo llegaría a mediocre.
Fue doloroso. Desmotivante . Insoportable el seguir viviendo entre
miradas de pena y decepción. No estaba yo para sufrir así que
planeé con detalle cómo escaparía. No sabes cómo era, la
mediocridad no entraba en mis planes, te lo aseguro.
En
primer lugar tenía claro que mi familia no debía saberlo.
Suicidarse no está bien visto, y, el qué dirán de amigos y
vecinos los hundiría en la miseria. Siempre fue un tema tabú en
casa. Se comentaba en voz baja entre aspavientos y un “fíjate…
qué horror”... ¡No me lo perdonaría! Mis padres no se lo
merecían. Jaime, mi hermano, igual si. Para él siempre había sido
tonta ¡Cómo se reía de mi!
Me
inventé una súbita euforia religiosa. Empecé a frecuentar las
celebraciones de un grupo neocatecumenal que se reunía en la
parroquia y allí conocí a personas estupendas, un poco piradas, éso
si, pero estupendas. Se creían a pies juntillas lo del espíritu
santo, decían que obraba en ellas maravillas ¡Menuda fe! Yo hacía
como si realmente las obrase: cantaba, bailaba, reía, lloraba…
pero no sentía nada en especial. Después de meses asistiendo a sus
celebraciones saqué un billete de avión para Sevilla y ya allí
informé a mis padres de que ingresaba en el convento del Palmar de
Troya. Fue lo que se me ocurrió para que no me buscasen al no
recibir noticias mías. Ellos lloraron al teléfono y trataron de
disuadirme pero la decisión estaba tomada. Con el corazón en un
puño me deshice del móvil y cogí un autobús. Tenía claro que
quería morir en el mar. Despedirme de este mundo mirando una puesta
de sol. En el sur. Inundarme de agua salada. Salir de aquí de mejor
forma a como había entrado.
Me
senté cerca de las dunas cuando encontré el sitio ideal. Mirando al
mar, pero, mientras me preparaba para dar el paso, vi en la orilla a
una mujer llegada como por arte de magia. Ya estaba ahí frente al
mar e inmóvil miraba el horizonte bañada en luz y aire salado, como
una aparición del más allá. La observé sin hacer nada más que
observarla. No tenía obligación de nada que no quisiera y, en ese
momento, observarla era lo que quería. Mucho tiempo estuve allí
empapándome de su quietud... observando, diría entonces. No era
joven. Tenía el pelo largo, casi blanco, flotando sin que ella
hiciese nada por dominarlo. El vestido se le pegaba. La brisa del
atardecer le marcaba el cuerpo. Al trasluz se intuía con bastante
fidelidad el volumen de su desnudez. Entonces mi abuela me hizo
sonreir con su “según una va entrando en años se va metiendo en
carnes” que decía a menudo. Quizá aquella mujer me la recordó…
Entonces sólo recordé el dicho. Hacía años que no pensaba en
ella.¡ Quedé tan sola cuando se fue!… Algo dentro de mi hizo que
me pusiese en pie y muy despacio fuese a su encuentro. A su lado supe
muchas cosas. Que se llamaba Alma. Que vivía allí, en la playa,
sólo a unos metros. Que todos los días se acercaba a la orilla a
disfrutar con los colores de la playa: del amarillo amanecer sobre el
agua, de los rayos del sol sobre las olas al romper en la orilla, del
brillo dorado de la arena mojada, del azul intenso sobre el mar, del
rojo violeta anaranjado con chispitas plateadas y doradas del
atardecer … Supe también que se estaba quedando ciega. Que no se
quería perder nada porque sabía que muy pronto todo eso de lo que
aún disfrutaba sería oscuridad.
Alma
tenía algo muy especial que me atraía. Sus ojos eran un remanso de
paz, un bálsamo para mi corazón maltrecho. Su sonrisa abrazaba. Sus
manos acogían. A su lado me sentía a gusto. Protegida. Ella
necesitaba a alguien y yo no tenía nada que hacer . Pospuse mis
planes para más adelante. No podía dejarla sola. Suicidarme podía
esperar.
Llegué
a esta decisión después de estar con ella varios días. Me instalé
en su casa y juntas disfrutamos no sólo de la playa. Salimos a la
ciudad, al rio, al monte. Yo era sus ojos. Nos sentábamos y le
describía con detalle aquello que ya casi no distinguía. Disfrutaba
como una cría mirando, descubriendo, distinguiendo, imaginando,
saboreando, percibiendo… rincones parecidos y muy dispares. Hacía
fotos de todo lo que me gustaba y, cuando no podíamos salir, las
ponía en el ordenador, todo lo que la pantalla daba de si, y se las
contaba. Acabé escribiendo historias inventadas por mi de aquellos
lugares. Cuando estaba muy malina disfrutaba mucho oyéndome. Se las
leía durante horas. Me decía que era mejor que estar frente a la
tele. Por ella me acostumbré a mirar más allá de lo que se ve. A
escribir pensando en hacerla feliz. Sabía que le gustaban las
ternuras y entre colores vivos y paisajes exuberantes fueron saliendo
historias que le dieron vida. Alguna vez vi alguna lágrima en sus
ojos, siempre de emoción. No sabía lo que era estar triste. Ni
cuando le tocó irse. Lo hizo con una sonrisa. Sabía que era el
momento y lo aceptaba sin resistencia. Decía que alguien la llamaba,
que una fuerza tiraba de ella . Alma, un día, me dijo que esa
llamada era poderosa, que se iba a abandonar a su poder. Y con un
gracias se dejó ir…
Después
de su muerte volví a estar sola frente al mar. Había pospuesto mi
huida y era el momento de tomar decisiones. Los años habían pasado
y yo ya no era la misma. Lo que hice con Alma me había hecho a mi.
Sin ella yo nunca hubiera sido la que soy. ¿Fugarme entonces? No
había nadie de quien huir. Yo había sido mi única enemiga y
en
la espera me reconcilié conmigo. En la espera me llené de amor...
Me gusta en quien me he convertido. Todos los días me lo digo.Y como
dice Eloy Tizón “Mientras estoy escribiendo no puedo morir” Ja
ja ja, no lo he vuelto a pensar, Merce, te lo aseguro, no tengo
tiempo.
Lo
demás ya lo sabes. Vivo frente al mar, en la misma casa que vivía
con Alma. Disfruto de la playa a tope e ir a veros me cuesta mucho,
la gran ciudad me oprime, ya lo sabes.
Mira
a ver si puedes sacar de aquí algo para la contraportada del libro.
Mis padres ya no viven y saber estas cosas no les hará sufrir. Te
adjunto los archivos con los últimos relatos que tengo preparados,
ya me dirás si son dignos de ser publicados.
Espero
que vengas pronto. Celebrar contigo las ventas me presta no sabes
cuanto. Espero que el próximo libro tenga el mismo éxito.¡ Quien
me iba a decir que llegaría a ser algo grande!…jajajaj
Ya
charlamos con calma cuando estés aquí.
Un
abrazo de osa.
Celia
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