La honda era una extensión de su mano. De manera innata sabía calcular el peso, la distancia y la trayectoria adecuada para dar en el blanco. Cogió una piedra cargada de impurezas. La colocó con cuidado en el trozo de cuero. Tensó las cuerdas. Disparó. Mi corazón recibió el impacto quedando roto en mil pedazos. Aún sigo viva, me decís. Sí, viva aunque muerta continúo deambulando por la vida hasta que el tiempo, o quizás algún experto cirujano, logren recomponer el puzle, aunque no sé si será posible encajar tantos trozos llenos de aristas.
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