Él era el dueño de todo, de todas ellas. Y cuando entraba por la puerta se hacía un silencio de respeto.
Nadie la tocó, ni osó acercarse a ella. Ni siquiera para invitarla a una copa. Nunca más allá. Era su Perla. Era toda suya.
Por eso, cuando una mañana la descubrieron muerta en la cama queen size de su habitación, su indignación, su dolor, su impotencia, fueron tales que decidió cambiar el rumbo de su vida.
Vendió el local, ordenó derribarlo para que no quedaran rastros de su pasado, que ahora sentía vil y sucio. Dividió sus ganancias y consiguió que todas sus chicas, futuras Perlas, no perdieran su brillo. Esa no era la vida que merecían.
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