Manolo - Marián Muñoz


Una mañana de domingo contemplaba como mi vecina Amparo,  plantaba con mucho mimo semillas en su pequeña huerta, se la veía tan ilusionada. Tras pasarse todo el invierno removiendo la tierra, regando y abonando la misma, creía que ya estaba preparada para su siembra, y quería probar a ser hortelana como lo habían sido sus antepasados, aunque sus manos estaban más acostumbradas a las probetas y el microscopio.

Admiraba su entusiasmo, pero lo de agachar la espalda y llenar mis manos de tierra no estaba en mis pensamientos, prefería comprar a cultivar, el pasear por entre los puestos del mercado visionando las frutas y verduras más coloridas y frescas, era un placer que disfrutaba en exceso, y no pensaba cambiarlo por sentir que era yo quien lograba aquellos productos.
Al atardecer la invité en casa a tomar una tisana de hierbas, para aliviarla de las molestias producidas por tanto trabajo, sin percatarme en donde se habría metido mi perro Manolo, un fox terrier intranquilo y muy juguetón, que me da grata compañía.

Tras animada conversación, Amparo se retiró pronto por estar cansada del esfuerzo de aquel día, y fue cuando apareció mi querido Manolo, venía terriblemente sucio, como si hubiese excavado todo un laberinto de pasajes subterráneos.  Tras darle una buena ducha y ponerle la cena, nos fuimos a dormir.

La noche resultó tranquila, pero el grito desgarrador que en la mañana me despertó, me atemorizó.  Al mirar por la ventana de mi dormitorio en dirección de donde provenía, pude contemplar con horror como alguien había destrozado la huerta de mi querida vecina, hay que tener mala idea para hacer algo así, que gente tan mala hay por el mundo.

Me puse la bata encima y me acerqué a consolar a Amparo, cosa rara que mi perro ni se asomó, seguro que se asustó por el grito.

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