Recuerdo tu figura menuda, siempre en movimiento, con el pelo largo y
canoso recogido en un moño, embutida en una bata negra o de alivio,
como se decía entonces. Incluso lo de la bata, qué lejano queda
todo. Qué distinta hubiera sido tu vida si vivieras ahora, en estos
tiempos. Tú, que tenías la mente inquieta, el cuerpo inquieto, pero
que no tuviste más vida que tu casa y tu familia, continuamente
pendiente de todos, cuidándonos a todos. Y a ti ¿quién te cuidaba?
Hasta que no llegó el momento en que tu mente se fue por derroteros
desconocidos, tras la muerte de tu querido hermano Manuel, nunca te
cuidó nadie. El padre y los hermanos primero, el marido y los hijos
después, los nietos más tarde, fuimos organizando y modelando tu
vida. Luchaste por todos y cada uno de nosotros sin pensar nunca en
ti, sin que nadie pensara nunca en ti. Era lo lógico en aquellos
tiempos. Mujer naciste y como mujer viviste. Pero fuiste una figura
importante en la vida de tus nietos, esos nietos que te adoraban y
que bebieron de tus historias, de tu cariño, de tu ejemplo. A través
de ti yo oí hablar de la guerra, esa que sufriste siendo una madre
joven. Al principio no lograba entender lo que me contabas de hombres
rojos y hombres azules. No lo entendía y tu te esforzabas en
explicármelo “un cientu veces” como tu decías. Pero yo debía
de ser muy pequeña porque cuando me acostaba, seguía pensando en
ello y seguía sin entenderlo, porque nunca había visto un hombre
que no fuera blanco, ni siquiera había visto nunca un hombre negro.
Tampoco entendía que se te hubiera muerto un hijo de hambre con sólo
dos meses, que no tuvieras con qué alimentarlo, pues tus pechos
estaban secos, y las mentes secas y ruines de aquellos que, siendo
tus vecinos, pertenecían al bando ganador, se negaron a darte un
poco de leche. ¿Cómo se puede dejar a un niño morir de hambre? Yo,
en mi mente infantil me negaba a creerlo. Yo, que cuando nací aún
se vivían años de penuria no lograba entenderlo, porque a mi nunca
me faltó comida, acaso otras cosas sí, pero comida nunca. Yo tenía
a mis padres y a mis abuelos que se quitaban la comida de la boca
para dármela a mi, y por eso no entendía que un niño pudiera morir
de hambre aunque eso hubiera pasado muchos años atrás. Güelita, no
sabes cuánto te quise siempre. Bueno, si lo sabías ¿te acuerdas?
¿Te acuerdas de esa pregunta que se suele hacer a los niños? ¿A
quién quieres más a papá o a mamá? En mi caso la pregunta era un
poco distinta ¿A quién quieres más a mamá o a Güelita? Según me
contasteis cuando ya me hice mayor, yo miraba a mamá y preguntaba
¿Te enfadas, mamá? Si ella decía que no, yo contestaba: “Quiero
más a güelita” Si mamá decía que se enfadaba, entonces yo
contestaba: “A las dos igual” Tengo tantos recuerdos de ti,
Güelita, que podría rellenar muchas hojas en blanco con tu vida,
con tu historia. Podría contar que en los años del hambre, para
sobrevivir, a pesar de que Güelito trabajaba y llevaba un sueldo a
casa, tu ibas dos o tres veces al día caminando desde el barrio de
El Llano hasta Aboño, y allí, junto a otras mujeres, recogías,
piedra a piedra, el carbón que caía de los trenes-- mucho de ello
tirado a propósito por los que trabajaban en ellos, como Güelito--
y poco a poco llenabas un saco. Después, subías al tren, a
escondidas de los vigilantes, que más de una vez te quitaron tu
preciada carga. Si lograbas escapar, te tirabas del tren en marcha
poco antes de llegar a la estación, cargabas el saco a la espalda
durante kilómetros, hasta llegar a casa, donde vaciabas el saco,
para volver a ponerte en camino rumbo a Aboño. Recuerdo que me
contabas que en una ocasión te dolían las muelas, así que, con tu
saco de carbón a cuestas, llegaste hasta la casa del dentista, te
sacó dos muelas, volviste a cargar el saco y seguiste tu ruta como
si nada hubiera pasado. Ahora... ¡si pudieras vernos ahora, Güelita!
Ahora si nos sacan dos muelas nos vamos a casa, nos tiramos en la
cama y parece que estamos muriendo. Podría seguir contando mil y una
anécdotas sobre tu vida, pero por encima de todo, recuerdo de ti tu
buen carácter, lo mucho que nos querías a los nietos, lo mucho que
miraste y trabajaste por tu familia, lo feliz que fuiste siempre con
tan poco, siempre metida en casa—era lo normal en aquella
época—limpiando, cocinando, las tardes cosiendo mientras
escuchabas los seriales de la radio con mamá, mi tía Maruja y
alguna vecina. Siempre viviste así, metida en casa, pero no te
importaba porque nunca habías conocido otra cosa. Qué pena me da
pensar cómo hubiera podido ser tu vida si vivieras ahora. Tú, que
cuando alguien de la familia tenía que arreglar cualquier papel,
aunque fuera en Oviedo, te ofrecías voluntaria para ello. De hecho,
ya nadie lo ponía en duda. Cómo te gustaba moverte, ir a Gijón o a
Oviedo, incluso a Alemania a llevar a los hijos de tus sobrinos ¿te
acuerdas? ¿te acuerdas de los dos veranos que fuiste tu sola hasta
Alemania con dos niños pequeños de la mano? Qué valiente eras,
Güelita, nadie más se atrevió a ir. Y tú, hala, te plantaste en
la estación con la maleta en la mano y los ojos brillando de
emoción. Y llegaste sin problemas, pese a tener que hacer trasbordo
en Hendaya y de no haber salido de tu Gijón natal más que una o dos
veces al año para ir a Oviedo, a arreglar papeles. Hoy en día
hubieras sido una mujer independiente, luchadora como fuiste siempre.
Hoy en día hubieras vivido una vida mucho mejor y estoy segura que
mucho más placentera. Pienso muchas veces “si Güelita fuera ahora
joven, si Güelita hubiera tenido oportunidades” Y sé que no lo
pienso porque hayas sido mi güela, porque te quería. No, lo pienso
porque tú eras distinta. Tú, tenías esa fuerza, ese coraje, esa
iniciativa que yo, desde mi pequeño mundo, no veía en otras
mujeres. Fue una pena que te tocara vivir en esos tiempos, Güelita,
pero al menos me consuela que te sentí feliz con nosotros, que nunca
salió de tus labios una queja, pero no por resignación, si no
porque no la tenías. Y me consuela también el pensar que cuando tu
mente comenzó a viajar por un mundo diferente al nuestro, siempre
nos tuviste a tu lado, devolviéndote parte del cariño y los
cuidados que nos diste durante toda tu vida. Y te fuiste rodeada de
los tuyos, en tu casa. Quizás, eso fue lo único bueno que te dio el
vivir en aquella época, no como ahora que casi todo el mundo
abandona la vida en camas de hospitales o en residencias de ancianos.
Te quise mucho Güelita y te sigo queriendo. Y mientras yo viva, tu
seguirás viva en mi corazón, a través de mis recuerdos.
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Un buen homenaje a una heroína anónima
ResponderEliminarSí, el mundo está lleno de heroes y heroinas anónimos, de esos que se dejan la piel trabajando duro y cuyos nombres no salen en los medios de comunicación. Mi abuela fue una figura muy importante para mí y para mis hermanos, y me apeteció rendirle un pequeño homenaje.
ResponderEliminarMe alegra que te haya gustado. Muchas gracias por tu comentario.
Cristina Muñiz