Recuerdo perfectamente el día en que te fuiste. Recuerdo con extraña nitidez la última vez que te vi. Regresabas del trabajo, aparcabas tu moto y hablabas con mamá, que había salido a recibirte al balcón. Yo te espiaba desde la ventana del cuarto de baño. Después me fui a la escuela sin saber que aquella tarde ya no regresaría a casa. En el camino de vuelta me retuvo mi madrina, que traía cara de pocos amigos, y en seguida supe que algo había ocurrido. Nadie me dijo que te habías muerto. No sé por qué. Tal vez pensaron que no era necesario, que no lo entendería, tal vez quisieran ahorrarme un disgusto... no sé. Pero yo era una niña muy lista y enseguida me di cuenta. Tu corazón, ese corazón enorme que me entregabas a cada momento, no quiso seguir latiendo y te apartó de mi lado cuando yo era demasiado pequeña y tú demasiado joven.
Cuando volví a casa
todo había cambiado. Ya nada era lo mismo, pero el engranaje de la
existencia volvió a arrancar y el tiempo fue borrando la pena y
disipando la angustia de tu ausencia. Mentiría si dijera que durante
el resto de mi vida te eché terriblemente de menos. No fue así.
Viví rodeada de gente que me colmó de cariño y me hizo feliz. Tuve
una infancia y una adolescencia plenas, como la de casi todos los
niños de mi entorno, más un día, cuando fui cumpliendo años, me
di cuenta de que te habías ido sin darme tiempo a conocerte y me
entró la nostalgia. Los recuerdos que me quedan de ti son puntuales
y se disipan en mi memoria como las nubes que atraviesan el cielo y
se deshacen. Recuerdo que jugabas conmigo en la cama y me hacías
cosquillas, recuerdo la noche que me llevaste a ver el festival de
Eurovisión en el bar que había traído la primera televisión en
color al pueblo, recuerdo cuando te lastimaste la rodilla con una
pieza de tu moto y estuviste en el hospital una temporada, recuerdo
los veranos que pasábamos en casa de los abuelos, de tus padres,
allá en un pueblo de Lugo. Todas las mañanas ibas al balneario a
tomar aquellas aguas que apestaban pero que te venían de perlas para
tu vesícula maltrecha. Recuerdo las tardes de domingo, cuando te
ponías a tocar la armónica y cantabas aquella canción que decía:
“A Santiago voy, ligerito, caminando...” que había hecho famosa
no se qué orquesta. Y a pesar de todos los recuerdos que salpican mi
mente, siento que te conocí tan poco....
A veces me pregunto
que hubiera sido de mi vida, de nuestra vida, si tú no te hubieras
ido. Seguramente hubiera sido muy diferente, sobre todo para mamá,
que no volvió a ser la misma desde que la dejaste sola. No sé si me
hubiera gustado vivir una vida distinta, probablemente no, pero de lo
que si estoy segura es que me hubiera gustado que tú estuvieras a mi
lado, y hoy, muchos años después de tu muerte, estoy segura de que
hubiera dado la mitad de mi vida si pudiera pasar la otra mitad a tu
lado. Te quiero, papá.
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Somos muchos los que nos pasamos la vida sin aceptar que: “si hubiera” en tiempo pasado no existe, pero insistimos en seguirlo aplicando. Y si hubiera…
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