Todo su prestigio
dependía de aquella exposición, como si sus más de treinta años
de trabajo no tuvieran ningún valor. Ahora se llevan otras cosas, le
habían dicho, y hay que reciclarse. Él no estaba de acuerdo pero
llevaba demasiado tiempo sin vender una obra y necesitaba el dinero.
Sin embargo, de su cabeza no salía nada de lo que le habían pedido:
moderno, vanguardista y rompedor. El día de la exposición,
desesperado, cogió el caldero de fregar de casa, lo llenó de cola y
fue echando allí todo lo que le pareció digno de visitar el cubo de
la basura. Con su preparación logró una gran armonía de colores….y
vendió el caldero por trece mil euros.
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