Viaje a New York (monólogo) - Cristina Muñiz Martín

 

         


Acabo de llegar de New York ¡Menudo viaje! El día de salida el despertador de mi madre ¡el mismo que nunca fallaba cuando iba a clase! se negó a tocar. Llegué a Ranón tarde, aunque tuve suerte, porque el avión salió con tres horas de retraso.. Tuve que ir corriendo a todo meter por la T4 para llegar a la puerta de embarque justo cuando la estaban cerrando ¡Qué nervios pasé! Me tiré en el asiento, justo en medio de una fila de cinco, dispuesta a no levantarme hasta llegar a mi destino.
Eso era lo que pensaba; viajar relajadamente. Lo malo es que mis tripas pensaron lo mismo y bueno, trece veces que tuve que visitar el lavabo del avión, ante las miradas nada amigables de mis compañeros de asiento, y eso que unas veces salía por la izquierda y otras por la derecha, para no molestar siempre a los mismos. Lo peor fue al aterrizar, cuando mis tripas se revolvieron aún más, porque el piloto resultó ser un paquete. Entonces ya me senté en el water y cuando intentaba levantarme tenía que volver a sentarme. Una azafata abrió la puerta sin ningún disimulo y me invitó a abandonar el avión, del que ya habían descendido todos los pasajeros. Y así quedé yo, con las tripas revueltas y teniendo que caminar lo menos...no sé cuántos quilómetros serían, pero si digo 10 kilómetros para encontrar los servicios más cercanos igual me quedo corta....Ya, ya ¡que no me crees, eh! Sí, sí, a ti te digo, al de la tercera fila del jersey rojo...cómo se nota que nunca estuviste en América. Y es que allí todo es grande, gigantesco, descomunal. Hasta los policías del aeropuerto. Y mira que estaba yo contenta pensando que cuando aterrizó el avión había finalizado el viaje. Nada más lejos. Había llegado al aeropuerto, que es tanto como decir, que había llegado a un lugar en tierra de nadie, en el que las colas eran inmensas, las salas inmensas, los policías inmensos, los perros que los acompañaban inmensos...
Bueno, después de limpiar bien las tuberías me puse a la cola de inmigración. Yo no sé si lo sabréis pero los policías del aeropuerto de New York son como armarios. Y bueno, dirá alguna, si es como mi armario que para meter los tangas tengo que vaciarlo, tampoco es para tanto. Pero ahí tengo que matizar. Los policías de ese aeropuerto son como armarios de cuatro puertas y con altillos, de esos que todavía quedan en casa de las abuelas ¡Menuda pinta tienen! Yo fue verlos, y sin querer, ya se me puso cara de delincuente. Y yo diciéndome a mi misma “cambia la cara, que se van a dar cuenta” “cambia la cara que se van a dar cuenta”. Y nada, mi cara como si nada, en plan culpable la tía. Así que va una mujer policía, mira para mi, yo bajo la mirada a ver si así no me ve, y me dice algo que no entendí –ahí, ahí me di cuenta que no tenía ni puñetera idea de inglés, y mira que mis padres gastaron dinero en la academia—pero lo que sí entendí fue el gesto que me hizo con la mano que decía claramente”sal de la fila y ponte a un lado, que te vas a enterar”.
Fue salir de la fila y empezar otra vez mis tripas a derretirse. Yo ahí, aguantando como podía, pero no sé cómo quedaría mi cara con esa mezcla de culpabilidad y ¡ay que me cago! El caso es que me metieron en un cuarto, que este sí, este era pequeño, mira tú por donde, yo pienso que solo para intimidar. Y detrás de mí entra la policía y empieza a hacerme preguntas y yo que no entendía nada más que alguna que otra palabra suelta. Pero así y todo, esforzándome, quise decirle “Soy española y no traigo nada, ni drogas, ni bombas ni nada”. Mirad, no sé que fue lo que dije, pero al parecer lo único que entendió ella fue lo de la bomba. Me tiró al suelo, se echó encima de mi, estrujándome la barriga, y ahí pasó lo que pasó...Ella se levantó con una mueca de asco, me indicó que me sentara en una silla, fue a buscar un perro y allí me dejó, sola con el perro y con mi mierda, perdón, caca, durante un buen rato. Menos mal que el perro, supongo que por eso del olor, se colocó lo más lejos que pudo de mi.
Yo no sé si sabréis cómo son los perros de ese aeropuerto, ya dije antes que eran inmensos, no os podéis hacer idea. Bueno, quizás os la hagáis si os digo que los asturcones no les llegan ni al morro, y que tienen una dentadura que para mi que hasta los llevan al dentista y todo, porque no les faltaba ni un diente y encima afilados, afiladísimos....que yo veía el perro ahí, enseñándome todos los dientes y no hacía más que acordarme del dentista que los afiló.
Pero ahí no acabaron mis males, porque después de un montón de horas, no sé cuántas, porque con tanto perro y tanta mierda se me fue la cabeza, me soltaron otra vez en medio del aeropuerto. Lo malo es que no había salido todavía del área de control y a mi paso, mientras buscaba un baño, la gente se apartaba de mí como de la peste. Y de pronto me vi rodeada por veinticuatro policías ¡veinticuatro! Grandes, enormes, con unas porras enormes, con una mala leche enorme...¿Pero qué pasa ahora? pregunté con cara de pena sin que ellos dieran señal de entenderme. Me llevaron custodiada hasta mi maleta, maletón para ser más exactos, y entendí que me mandaban abrirla. Abrí la maleta muerta de miedo, aunque sabía que no llevaba nada, pero así y todo el miedo no se me quitó. Quién me aseguraba a mí que alguien no hubiera metido drogas dentro de ella, igual que metían drogas en los vasos cuando salía de noche, según mi madre. Fue pensar eso y verme caer redonda en el suelo, desmayada. Me despertaron a hostia viva. Yo, abrí los ojos, sin saber qué pasaba, pero no tardé en recuperar la memoria. Me ayudaron a levantarme y fue cuando vi a un perro husmeando como loco mi maleta. ¡Ay mamina! ¡Nunca en la vida pasé tanto miedo! Abrí la maleta y empecé a sacar mis pantalones, mis tangas, mis sujetadores, mis camisetas, mis preservativos, mi vibrador y mil cosas más, ante la cara de mala hostia de los policías. Y ya, en el fondo de la maleta, los chorizos que me metió mi madre a escondidas por miedo a que pasara hambre. Fue ver el perro los chorizos, hincarles el diente y echar a correr por el aeropuerto como un loco seguido de veinte policías. Los otros cuatro siguieron mirándome como si hubieran encontrado un quilo de cocaína o algo parecido. Yo, puse cara de buena, y forzando mi mente conseguí decir, más o menos en inglés, que por favor me dejaran ir a cambiarme. Dos horas tardaron los muy tarugos en dejarme ir, pues según ellos meter chorizos en los EEUU era una falta muy grave, por la que me pusieron cinco mil euros de multa y no me metieron en el calabozo de casualidad, bueno de casualidad no, porque uno de los policías era asturiano y consiguió sacarme del embrollo con la promesa de que nada más llegar a casa le mandaría unas cuantas riestras de chorizos y una caja de sidra.
Por fin salí del aeropuerto y cogí un taxi de esos amarillos, como los de las películas. Le enseñé la dirección al taxista paquistaní, me dijo que sí con la cabeza y no tardé en darme cuenta que no tenía ni idea. Cinco horas tardamos en llegar al albergue donde iba a alojarme. Y encima quería cobrarme todo ese tiempo. ¡Menuda discusión tuvimos! Él en paquistaní y yo en español, porque el tío sabía menos inglés que yo. Le di unos cuántos billetes y por fin me dejó en paz.
El resto del viaje muy bien: El primer día desayuné huevos, bacon, zumos, tostadas, tortitas y un litro de café. ¡Jo! Me sentía como dentro de una película. Después cogí el metro, donde intentaron robarme unos tíos con unas pintas rarísimas, paseé por la ciudad, comí en un McDonall una supermegahamburguesa con un superbatido y unas superpatatasfritas y a las ocho volví al albergue porque estaba agotada y al otro día ya tenía que volver a casa, pues mi dinero no daba para más.
Tuve que dejar el albergue a las 9 de la mañana y hasta las 6 de la tarde no salía el vuelo, así que ya me veis a mi por todo Manhatann tirando de mi supermaleta...vale, ya lo sé, para qué quería una supermaleta para dos días, eso me dijo mi madre, pero es que llevé muchos “porsiacaso” que cuando una sale de casa no sabe lo que puede necesitar.
Cuando entré de nuevo en el aeropuerto comenzaron a flojearme las piernas acordándome de mi experiencia al llegar y otra vez mis tripas me jugaron una mala pasada. Tuve que salir de la fila de control de pasaportes siete veces y claro, los policías, acabaron fichándome. Volvieron a sacarme de la fila. Volvieron a meterme en un cuarto pequeño. Volvieron a mandarme abrir la maleta....y cuando subí al avión, el mismo personal de vuelo, haciendo muecas y tapándose la nariz los muy …..
Así, que después de esta aventura decidí hacer caso a mi madre y lo más lejos que voy a ir de vacaciones es a Benidorm, sí, sí, a Benidorm, ese lugar que está lleno de jubilados, pero que queréis que os diga, allí voy en Alsa y además puedo llevar la maleta cargada de chorizos.

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