Al
amanecer, abrí la ventana para aspirar el aire fresco de la
madrugada y el aroma de las rosas que adornaban mi ventana. En el
jardín, las caléndulas
comenzaban su exhibición diaria, aportando una nota de calidez con
sus tonos anaranjados. Volví a la cama, disfrutando de esa olvidada
calma, mientras sentía a las crías de los pajarillos reclamar su
comida y al abuelo trajinar por la cocina. Poco después llamó a mi
puerta acompañado de una apetitosa bandeja de desayuno. Se sentó en
el borde de la cama y me acarició el cabello, como cuando era niña.
“Mi pequeña libélula”
dijo mirándome con ternura "cuánto te he echado de menos” Me
sentí en casa por primera vez en mucho tiempo. Y en casa sigo, tras
dejar atrás una vida vacía , estresada e insatisfecha. Ahora vivo
con el abuelo, quien resultó ser una ayuda extraordinaria para poner
en marcha mi empresa de productos ecoĺógicos, cuyo nombre, como no
podía ser de otra manera, es Mi pequeña libélula.
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