Allí estaba, disfrutando como
nunca, divirtiéndose con aquello que mejor sabía hacer. Tenía un
don innato para la cocina, no pensaba las recetas sino que sus manos
buscaban solas los ingredientes, los cortaban, picaban, removían “et
voilá”, como resultado un exquisito plato presentado con arte y
esmero, como si de una escultura se tratase, ingredientes sencillos y
cotidianos elevados a la categoría de estrella.
Nina estaba participando en un
concurso culinario, había ido superando una por una las pruebas que
presentaban a los concursantes, y lo hacía con gran brillantez,
humildad y mucha alegría, por eso se había ganado la simpatía de
sus contrincantes, jueces y público que veían el programa cada
semana.
No era una profesional, pero
desde joven había encontrado que la alquimia que surgía de los
fogones la entretenía más que los estudios, aunque tampoco era mala
en ellos. Trabajaba de pasante en un bufete de abogados y en su
tiempo libre siempre estaba planeando algún encuentro gastronómico
con sus amigos. Todos la admiraban porque era capaz de conseguir
sabores deliciosos con escasos alimentos y uno pocos polvos mágicos
o hierbas aromáticas.
Su mejor amiga la había
animado a presentarse al concurso culinario más famoso del momento,
y lo había hecho sin ninguna aspiración, pues se consideraba simple
aficionada y no experta como algunos de sus rivales. Pero mientras
se divertía y ganaba confianza al conseguir superar prueba tras
prueba, intentaba aprender con los consejos de los jueces y las
técnicas de sus contrincantes.
Todo iba bien, hasta que esa
mañana llegó la peor receta que podía esperar, cocinar Espaguetis.
¡No podía!, por alguna razón era incapaz de cocinarlos, la visión
de esa pasta le provocaba revoltura de estómago, era superior a ella
y siempre que lo había intentado acababa atacada de los nervios. No
comprendía el porqué de esa sensación, lo había intentado
racionalizar para entender mejor lo que le pasaba, pero terminaba por
dejar el asunto al no encontrar resolver su animadversión a dicha
clase de pasta. Con el resto no tenía ningún problema, las
cocinaba, comía e incluso con sus manos las creaba, pero los
espaguetis no.
Aquella jornada iba a ser
dura, sonó el gong que contabilizaba el tiempo para crear la receta,
tan sólo se tomó unos segundos para pensar, y actuó, no iba a
preparar espaguetis, sino tagliatelle, sabía que no iba a seguir las
reglas del programa, pero no podía hacer otra cosa, pensó en crear
una receta tan estupenda que el no haberla hecho con espaguetis sería
un mal menor y no la echarían de la competición.
En la despensa sus manos
fueron directas a los ingredientes: para hacer los tagliatelles
verdes (150 gramos de espinacas, 50 mililitros de agua y 400 gramos
de harina de espelta). Para cocinarlos (200 gr de salmón fresco,
220 gr. De queso Arzúa-Ulloa, 1 diente de ajo, 2 cucharadas de
aceite de oliva virgen extra, 200 gr de nata líquida para cocinar,
Sal, Pimienta, algunas hierbas aromáticas y su ingrediente mágico,
la canela).
Con precisión y rapidez
comenzó a fabricar la pasta a la vez que iba elaborando con el resto
de ingredientes de su receta. Sin darse cuenta empezó a cantar
bajito, le gustaba la sensación de la pasta en sus manos y el olor
que despedía. Tan feliz y absorta estaba en su labor que no se
percató de la desilusión de los jueces y la reacción de alivio que
surgió entre sus rivales. No estaba siguiendo la receta pedida, así
que sería descalificada. Ella seguía tranquilamente cocinando su
plato elegido, lo decoró con esmero y al volver a sonar el gong que
marcaba el final del tiempo, se retiró de la artesa.
Uno a uno fueron llamados por
los jueces para presentar su creación, la última fue ella. La
increparon por no haber hecho lo que le habían indicado, suponiendo
que el éxito obtenido hasta ahora se le había subido a la cabeza
creyéndose por encima de todos, hasta de los jueces. No se amilanó
y se defendió haciendo un poco de historia, recordando que fue Fray
Luiggi Cassani, un monje capuchino de Lacio en el siglo XVI quien los
inventó, pues de aquella sólo existían los bucatini o perciatelli,
y viendo que tardaban menos en cocerse y dejarle más tiempo para las
oraciones, creó los tagliatelle gruesos y finos, y estos últimos
acabaron siendo más conocidos como espaguetis, porque recordaban a
la caña de la espiga.
Tras un primer impacto al
escuchar a Nina, los jueces probaron con muchas dudas su plato, tan
extraordinario les pareció, que dieron por buena su explicación y
le perdonaron su atrevimiento, pasando de nuevo con éxito a la
siguiente prueba.
No todos se habían conformado
con la excusa que Nina había dado a su receta, el psicólogo a cargo
del programa, quedó intrigado, y decidió investigar la explicación
de Nina. Algo de cierto había, pero no tal y como ella lo había
contado. Decidió hablar con ella para comprobar qué era lo que le
pasaba con los espaguetis, pues intuía que algún problema había
con ellos.
Tras asegurarle que la
conversación quedaba salvaguardada por el secreto profesional, Nina
se sinceró con el psicólogo, y le contó cuanto aborrecía los
espaguetis y que desconocía por completo su origen. Lo había
consultado hacía tiempo con un especialista, sin llegar a ningún
resultado. Cada vez que alguien le pedía que cocinara dicha pasta,
ella les soltaba la misma historia y preparaba otra recta.
Por indicación de él, le
relató que su niñez había sido feliz, su pubertad un poco inquieta
pues tuvo muchas pesadillas nocturnas, y su adolescencia y madurez
fueron de lo más normal. Sus padres que si bien fueron estrictos en
su educación, siempre le dieron cariño y cuidaron de ella hasta que
murieron en un accidente de coche hacía un par de años. Desde que
ella podía recordar, siempre había tenido animadversión hacia los
espaguetis, que si bien a todos extrañaba, acabaron por no darle
importancia.
Se centraron en las pesadillas
nocturnas y en que siempre había un sueño recurrente, ella se veía
en otra casa, con dos perros y la cara de un hombre se le acercaba
desagradablemente, y luego todo se volvía rojo y se hacía el
silencio.
Le propuso hacer una regresión
al pasado utilizando la hipnosis, para ver en qué punto inició esa
manía y el porqué de la misma, para de esa forma intentar
superarla. No tenía nada que perder, así que se prestó a ello,
pero los resultados nunca los llegó a conocer.
En el retorno a su pasado
mientras estaba hipnotizada, el psicólogo encontró la verdadera
causa del odio. Había sido víctima siendo muy pequeña de abusos
sexuales por parte de su padre, que le ponía la película de Disney
“La Dama y el Vagabundo”, película que ella miraba absorta para
escapar de aquel momento tan desagradable, y en la instantánea en
que los dos perros están comiendo la misma tira de espagueti y
acaban besándose, era cuando mayor daño le infligía su padre.
Hasta que un día su madre al regresar a casa antes de lo previsto,
le pilló in fraganti, y con la ofuscación del momento delante de la
niña le clavó un cuchillo de cocina en el corazón. Acto seguido
lavó y arregló a la niña, dejándola en su habitación, llamó a
la policía para contarles lo ocurrido y tomándose unas pastillas,
se suicidó.
Los servicios sociales la
habían dado en adopción, y como era tan pequeña, enseguida olvidó
todo el asunto, hasta que la pubertad, con las hormonas
revolucionadas, trajo a su mente retazos de su pasado que en su vida
actual no encajaban nada.
Sus padres nunca le dijeron
que había sido adoptada, así que el profesional no encontró razón
alguna para contarle la verdadera historia, destruiría su autoestima
por completo y posiblemente no le valdría para quitarle el asco que
el espagueti le producía. Decidió inventarse el cuento de que un
amiguito le había tirado a la cabeza un cuenco lleno de espaguetis y
de ahí venía su manía.
Nina consiguió llegar a la
gran final del programa, hoy se enfrenta al otro finalista, el que
gane de los dos, será nombrado mejor cocinero del año y conseguirá
no sólo el reconocimiento de todos, sino la publicación de un libro
con sus rectas, un programa en la televisión, dinero y cursos para
perfeccionar sus técnicas culinarias. Ella está contenta con su
trabajo en el bufete y cocinando para sus amigos. Sabe que a su
contrincante le hace mucha ilusión ganar el título y lo necesita
más que ella, pero su comportamiento en la cocina es como el de un
mago, y aunque intente dejar ganar a su oponente, sus manos son las
que crean la alquimia que transforman sus platos, y no es consciente
del proceso hasta que ha finalizado la presentación, así que esta
noche veremos como acaba la función.
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