El mancebo caballero - Pilar Murillo



                                              


Don Antuño, rey de las regiones escondidas y retiradas, más allá de los valles sangrados, Vivía en su castillo, un castillo ni grande ni pequeño, de esos que tienen cuatro almenas porque de tener tres sería una pirámide. Su alteza real se había quedado viudo hacía muchos años, a consecuencia de un accidente mortal que sufrió la reina por montar a caballo. Desde entonces el rey había prohibido los caballos en la corte, sólo estaban permitidos para los aldeanos y villanos del reino, pero no podían traspasar el portón del castillo. El rey tenía una hija, y la tenía encerrada en la fortaleza entretenida en bordados, música y lectura. Pero la princesa ya era toda una mujer, joven, bella con la curiosidad a flor de piel y quiso probar lo prohibido, así pues manipulando a su amiga y dama de compañía, urdieron un plan perfecto para escabullirse sin ser vistas, llegar a la aldea y practicar la equitación.
No hacía demasiado tiempo que se había fijado en un mancebo que llegaba a caballo a las puertas del castillo para practicar el arte de la lucha a espada. Se había fijado más bien en el caballo, curioso animal, que podía transportar a una persona. Pero aquél animal tan peculiar, con cuatro patas como un galgo, se quedaba en las puertas y sólo podía verlo desde lejos.
La infanta y la dama, vestidas de criadas bajan hasta la cocina, no sin antes tropezar su alteza real con una ristra de cacharrería. Era tan temprano que nadie despertó y los soldados creyeron que se trataba de un gato al imitar la dama el maullido del felino.
Así pues comienzan la aventura a pie, colina abajo hacia la aldea. La princesa rompió un zapato y decidió proseguir descalza. Llegaron a la aldea al aclarar el día, con los pies descalzos y llenos de barro.
Era día de mercado y hombres rudos y verduleras se cruzaban en su camino a colocar los puestos de mercancías para vender. La dama iba al lado de su princesa, temerosa de que la dañasen y no iba descaminada, porque en un momento y sin saber cómo, un hombre corpulento y alto, agarra de un brazo a la heredera y la obliga a ir con él, no se sabe con qué intenciones, estaba logrando llevársela a pesar de los puñetazos de la dama y las protestas de la joven alteza, pero alguien desde su caballo estaba mirando lo que acontecía y decidió poner fin a aquel secuestro. Se trataba del apuesto mancebo que con un revés de su espada la puso en la garganta del horrible hombre, liberando a la princesa. La dama le dio las gracias, la joven le dedicó una sonrisa. Las dos féminas fueron acompañadas por el joven aprendiz de caballero a las puertas de la aldea, pero la princesa ve que se aproximan un par de soldados del castillo y las dos mujeres intentan disimular para no ser reconocidas, sentándose en un peñón del camino, dejando que el mancebo se entienda con los soldados.

  • ¡Apartaos del camino, caballero! – dice el primer soldado.
  • No puedo, aunque quiera. Mi destino está tomado y es este camino el que me lleva hacia él. – le contesta el joven
  • Nos ha salido respondón el mancebo… ¡Os ordeno que dejéis paso! Replica el primer soldado
  • ¡Ancha es Castilla!, id por otro lado soldados. Ahora mismo tengo una misión de caballero.
  • Caballero mancebo, sin duda nuestra misión debe ser más importante que la vuestra, pues acompañar a mujerzuelas como esas dos no tiene comparanza a buscar a nuestra princesa.
  • ¿Qué princesa? Pregunta con interés el caballero. Mientras que las dos jóvenes comienzan a enfadarse considerablemente y a hablar entre ellas.
  • Nuestra princesa, caballero, más conocida como la princesa que todo lo casca.
  • ¿Todo lo casca? Rompe todo lo que toca o es que no sabe guardar un secreto?
  • Ambas cosas. El soldado segundo le da un coscorrón al soldado primero y éste se tapa la boca
  • ¿Cómo osáis ofender a nuestra alteza con vuestras palabras, bellota?
  • ¿Querréis decir bellaco, buen hombre? Y disculpadme, pero no intento ofender a nadie.
Mientras tanto la princesa bosteza de aburrimiento
  • Pues si no queréis ofender, dad media vuelta y ale, ale, con viento fresco.
Le dice el segundo soldado
  • Os repito que no puedo dar la vuelta, mi destino está marcado.
  • Pues le quitáis la marca y asunto arreglado. Replica el segundo soldado.
  • Eso no lo puedo hacer... Mi deber es salvaguardar a estas hermosas doncellas.
  • ¿Qué doncellas? Yo solo veo dos verduleras.
Dicho esto la princesa muy enfadada se remangó y le dio un puñetazo al primer soldado. Viendo el segundo que la dama de compañía iba a hacer lo mismo con su cara, prefirió dárselo el mismo y así los dos soldados tirados en el suelo pero amenazando con las lanzas al joven caballero que se bajó de su rocín.
  • ¡Apartaos os digo!, repite el segundo soldado
  • Ya os digo que no puedo, si pudiese así lo haría por no veros en tan mal trance por la caricia de una dama.
  • Si no podéis, haréis el poder o descubriréis otro poder. (amenazando con la lanza
  • Otro poder. (también amenaza con su lanza el primer soldado
  • Son varitas mágicas? Pregunta el mancebo
  • la magia la veréis si no obedecéis a lo que se os manda.
  • Anda! y el hombre anda. Entonces los soldados se ponen en pie.
  • Quieto ahí.
  • Ahí!
  • ¿En qué quedamos? Pregunta el caballero al tiempo que se para
  • En que no deis un paso más. La princesa suspira.
  • Tengo una idea. Dice el mancebo. ¿Por qué no nos jugamos el paso del camino a piedra papel o tijera? (El soldado primero comienza a buscar como loco por todas partes.
  • ¿Pero qué hacéis soldado raso? Le pregunta extrañado el soldado segundo.
  • Busco una piedra.
  • Buena idea, busquemos piedras y apedreémosle.
La princesa cansada del juego tan absurdo decide hablar, los soldados la reconocen y con miles de reverencias la hacen entrar en razón y la acompañan al castillo. No sin antes tender la mano al mancebo caballero para el besa-mano.
Ya en el castillo, los soldados explican al rey que un Valiente mancebo había custodiado a la princesa, salvando a las dos doncellas de villanos peligrosos. El rey decide dar una fiesta en honor del joven y nombrarlo caballero Valiente y es como de ese modo el mancebo con tan sólo diecisiete años se convierte en caballero.
La princesa observa todo desde un ventanuco de sus aposentos donde su padre la tiene confinada. Pero ya está planeando algo para su próxima aventura, ésta vez le interesa más el joven caballero que los caballos en sí.


 
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