“Mal rayo te parta” le dije después de que me pusiera
la mano encima por enésima vez aquel día, borracho como una cuba,
echando sobre mí su aliento espeso que olía a alcohol, a tabaco y a
mujeres de mala vida. Supuse que me iba a caer otro golpe pero me
equivoqué. De pronto estalló la tormenta y el rayo que entró por
la ventana lo fulminó en cuestión de segundos. No sentí
remordimiento alguno, al revés, me sentí realmente feliz de que al
día siguiente su cuerpo maldito reposara bajo tierra.
Su voz estridente me despertó.
-Hazme el desayuno de una vez, holgazana, que no sabes más que
pasarte el día durmiendo.
Me levanté de la cama con rapidez y con las imágenes del sueño
todavía nítidas en mi mente. Me planté ante él y con una valentía
que estaba muy lejos de sentir me atreví a decirle.
-Mal rayo te parta.
De pronto estalló la tormenta y el rayo que entró por la ventana
lo fulminó en cuestión de segundos.
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