Un error - Cristina Muñiz Martín

                                    





Trueno, celoso de la admiración que despertaba Rayo, ordenó ejecutarlo. El temor a sufrir la misma suerte hizo disolverse al hielo que habitaba en las nubes que, presurosas, huyeron espantadas. El aire escapó hasta situarse a ras de tierra. Las estrellas apagaron su luz. Desde entonces, el cielo, sin más huéspedes que el sol y la luna, se mostró límpido y azul de día y triste en la tenebrosa noche. Pasado un tiempo, cuando la tierra reseca clamó por un poco de agua para calmar su sed, Trueno, solo en su trono, rugió con todas sus fuerzas llamando a la lluvia, pero sus gritos no consiguieron más que amedentrar a los hombres. Fue entonces cuando reconoció su error. Él, solo, no era nadie.


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