Estaba triste y
deprimida. Me sentía hecha una porquería, una desgraciada No estaba
a gusto en el trabajo, no estaba a gusto con mis amigos ni tampoco en
casa. En realidad con quién no estaba a gusto era conmigo misma, y
es que había cumplido los cincuenta y lo llevaba mal, muy mal,
aunque no sabría decir el motivo, al fin y al cabo yo siempre había
sido de las que dicen que cumplir años es una suerte, porque quiere
decir que estamos vivos. Pero el cinco delante me traía de cabeza.
Estupideces, lo sé, pero yo soy así. Aquella tarde de regreso del
trabajo me metí en una cafetería y pedí un café. Mientras
le daba vueltas con parsimonia me fijé en el enorme
cartel que desde el otro
lado de la calle mostraba a una mujer espectacular, joven, bonita,
delgada, sonriente... que pretendía mostrar al resto de la humanidad
vulgar y corriente las superfabulosas ventajas de una urbanización
que en breve se construiría en la zona. Apoyé la cabeza en mi mano
y la miré con aburrimiento y envidia. Mi sueño de jovencita había
sido ser modelo, o actriz o algo así, pero en casa no me dejaron y
quedé en vulgar oficinista. Y ahora ya con cincuenta tacos.... Me
levanté y me acerqué a la barra a pagar mi café. Entonces aquel
hombre se acercó a mí y me dijo:
-Jamás pensé que encontraría en un bar de mala muerte lo que ya
creía imposible. Es usted perfecta para una película que quiero
rodar. ¿Aceptaría hacer unas pruebas?
No, no era ninguna broma. Era mi deseo realizado recién
cumplidos los cincuenta. Si es que cualquier edad es buena si se sabe
disfrutar.
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La única ocasión valida para cometer una gran falta ortográfica, es cuando se cumplen “sincuenta”
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