Estaba tomando un café cuando se incendió el cartel situado sobre
mi cabeza. El fuego pasó a las puntas de mi pelo y grité alarmada.
El causante del accidente no tuvo mejor idea que tirarme una infusíón
ardiendo y me quemó el cuello. Del salto que dí, resbalé y rompí
una pierna. Nunca podré olvidar aquel día: el dolor de la pierna y
de la quemadura, el viaje en ambulancia, el ingreso en el
hospital...Médicos y enfermeros se asombraban de mi valentía; ni
una lágrima, ni una queja, solo una gran sonrisa. No podían
adivinar que hacía mucho tiempo que en mi rutinaria y depresiva vida
no pasaba nada especial y que el accidente, con todos sus
contratiempos, me hacía sentir que aún estaba viva.
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