Delante de mi ventana, al otro lado de la calle, construyeron un muro. Adosada a él una alambrada de espinos. Tras la alambrada, una
ciudad de tiendas de campaña. A continuación, otra alambrada. Más
allá, otro muro. Estaban atrapados, bajo un sol abrasador, en tierra
de nadie. Las autoridades, para acallar las voces de sus adversarios
y de paso aliviar las buenas conciencias, invitaron a varios
artistas a expresar su arte en la piedra desnuda. El muro se
convirtió así en una preciosa y colorida exposición al aire libre
que atraía y detenía en él todas las miradas. A lo lejos, tras el
muro y la alambrada, seguía habiendo tiendas de campaña, pero ya
nadie las veía.
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