Nunca
en mi vida pensé que estas palabras iban a salir de mi boca: Estoy
decepcionado con la Justicia. La realidad es así de cruel y de
hipócrita.
Dejo
mi despacho en el bufete. Esto es demasiado para mí.
Quizá
tenía idealizada la profesión. Veía un caballero en cada abogado,
en cada juez, en cada fiscal. Armado con la ley para ejercer su
trabajo, ayudando al más débil. Cada cual con una visión de la
Justicia. Todas muy respetables, sin duda.
No
me molestaba el tener que tratar con gente que había cometido todo
tipo de delitos y se arrastraban por los bajos fondos, casi en modo
troglodita, intentando sobrevivir con lo más básico. Al contrario.
Así empecé. Trabajando casi gratis, en un juzgado de oficio, a toda
velocidad, sin horarios, sin apenas tiempo para preparar los casos
que se amontonaban en cada rincón hasta el techo, sin conocer a tu
cliente,... Por el hecho de creer en una justicia justa para todos.
Gracias
a mi trabajo eficaz, a mi dedicación y a mis contactos, poco a poco
fui escalando peldaños hasta llegar a uno de los pisos más altos.
Pero
me equivoqué. No en mi elección de profesión. Sino en la de
bufete. Me dejé cegar por el estilo minimalista y elegante de las
oficinas, los trajes bien cortados, los firmes apretones de manos,
los brillantes relojes plateados y las sonrisas ensayadas y
eficientes de las secretarias.
Mi
decepción llegó al bufete caminando de la mano de uno de los
políticos más corruptos del país. Que nos contrató, con falsas
palabras y abultados sobres, para evitarle el escándalo de entrar en
prisión. Mi dignidad no lo soportó.
Por
eso deseo volver al viejo mundo del turno de oficio. Donde sé que
ganaré un sueldo de verdadera justicia.
Este obra está bajo una licencia de Creative Commons Reconocimiento-NoComercial-SinObraDerivada 4.0 Internacional.
No hay comentarios:
Publicar un comentario