Mi novio me
había invitado al cine, a ver una película de miedo, de esas
en las que salen monstruos y demás personajes repulsivos. En este
caso la trama iba sobre un mosquito gigante
cuyas picaduras hacía estragos entre la población. Una tontería,
pero bueno, ya que él soportaba de vez en cuando mis películas
románticas justo era que yo soportara alguna de las suyas. Lo malo
fue que aquella noche, cuando me acosté, en la oscuridad de la
habitación, el molesto zumbido de un mosquito comenzó a sonar cerca
de mis oídos. Di manotazos, escondí la cabeza debajo de la
almohada, pero nada. Se me dio por pensar que el mosquito de la
película había salido de la pantalla y se había colado en mi
cuarto y me entró un pánico absurdo. Me senté en la cama y encendí
la luz. Allí estaba, encima de la mesita de noche, grande con un
puño. Sin duda alguna era el de la película. De pronto comenzó a
caminar hacia atrás como para tomar impulso y así fue, para
dirigirse directo a mi nariz. Grité con todas mis fuerzas y me
desperté a mí misma. Todo había sido un mal sueño. Sin embargo
esta mañana me he levantado con un enorme grano en la punta de mi
apéndice nasal rojo como un tomate y que me pica con profusión. Así
que ya no sé si soñé, si el mosquito se salió de la pantalla, si
estoy tarumba perdida. Lo que tengo claro es que no volveré al cine
a ver películas de monstruos que después acabo pagando las
consecuencias
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