Hoy
las ciencias adelantan que es una barbaridad, pero la educación
decrece a marchas forzadas, decía Don Jacinto, un señor de los de
antes, esos que derrochan una galantería trasnochada, según se
mire. A todo el mundo trata de usted, da las gracias o lo pide todo
por favor, por no hablar de ofrecerse a ayudar a las señoras a
cargar con las bolsas de la compra o cederles el asiento en el
autobús.
Todo
un caballero, que diría mi abuela.
Pero
se topó con el vecino del quinto, un muchacho un poco brutote, buena
persona pero parco en palabras y escasos modales. Ni los buenos días
le daba, ni siquiera un saludo mañanero, así que Don Jacinto le
llamó el Troglodita del quinto, y para los restos se quedó con el
apodo.
Cuando
al cabo de un tiempo se enteró de que todo el barrio le llamaba
Troglodita, preguntó quién se lo había puesto y el porqué. Nadie
supo decirle, andaba en boca de todos pero desconocían al autor del
mismo.
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