A Dios rogando... - Esperanza Tirado


                                           



Cuentan las crónicas que, antaño, en el pueblo para celebrar el final del verano se organizaba una procesión con todos los vecinos. Un día antes los hombres recogían los últimos melones de la cosecha. Los niños y las mujeres los vaciaban y les hacían caras o los decoraban con soles y lunas. Y dentro les colocaban una vela.

El último día de septiembre al atardecer, todos cruzaban el puente sobre el río, camino de la ermita. Allí se encendían las velas de los melones a modo de faroles o linternas vegetales. Y se cantaban canciones, recordando sus tradiciones y su historia, y rogaban al santo por un buen año.

Cuando la última vela dentro del último melón se había apagado volvían al pueblo, cantando y rezando.

Al llegar a casa colgaban los melones apagados en los dinteles de las puertas. Si coincidía con las luces del amanecer era señal de que aquel sería un buen año.





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