La mayor mentira del mundo - Eduardo Gómez


                                         

Las mentiras son malas es lo que siempre me han dicho. Pero el tiempo demuestra que la verdad no suena también como en la teórica. Sobretodo en ciertas ocasiones como cuando alguien te pregunta si algo le queda bien. No le dirás exactamente lo que piensas, si no le tienes tanta confianza dirás que efectivamente le queda bien y si es un amigo tratarás de suavizar el golpe lo máximo que puedas siempre decorando tus palabras con medias verdades. Si alguien te pregunta ¿cómo estás? por la calle no le contestaras que te acabas de estrellar contra una puerta de cristal y te duele todo, dirás que estás bien aunque tu cuerpo diga lo contrario.
Pero hay alguien que siempre reciben todas las mentiras piadosas: los niños. Ese es el pensamiento que me viene a la cabeza cada vez que cuento una mentira piadosa a mi hijo. Como para tranquilizarles o alegrarles les contamos cosas que en realidad no existen como las hadas, los duendes. Yo recuerdo como les contaba estas historias a mis hijos antes de acostarlos en la cama.
Pero hay una que por excelencia gana a cualquier otra, una que incluso tiene su propio día marcado en el calendario. Una que hace que mis hijos se pasen todo el año esperando este día especial de la mentira. Durante la cena sus caras llenas de ilusión relucen en el comedor. Una ilusión que les sigue hasta que van a dormir emocionados y deseando que llegue el día siguiente. Cuando este día se levantan con los primeros rayos del luz del alba y abren sus regalos con una sonrisa de completa felicidad.
Cuando ves esa imagen te das cuenta de que las mentiras son malas cuando se utilizan para engañar, pero que también pueden hacer feliz a un niño y que una vez al año tenga el día más feliz de su vida. Así que como muchas cosas en la vida las mentiras no son buenas ni malas si no que es la manera en que se utilizan lo que las conviertan en algo maravilloso o algo terrible.
Obviamente llega el día en que la verdad siempre sale a la luz. En mi caso esto sucedió cuando mis hijos estaban preparados para conocerla. Cuando la fantasía ya se había instalado en sus jóvenes mentes. Ahora ellos mismos escriben mentiras que nunca existieron y hacen que el mundo sienta y viva estas mentiras. Todo gracias a que de niños escucharon la mayor mentira del mundo.




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