No te perdono
lo último que me has hecho, así que ya puedes ir haciendo la
maleta, que cuando regrese a casa la quiero ver libre no solo de tu
presencia, sino de todas tus cosas. Sí, ya sé lo que estás
pensando, que ésta es solo una de mis rabietas y que te será fácil
arreglarlo como siempre, una joya cara, un viaje de ensueño, una
cena en un restaurante lujoso o el salón lleno de rosas rojas, pero
no, esta vez no va a colar, esta vez has llegado demasiado lejos. Y
no, tu dinero no lo arregla todo, que yo antes de casarme contigo no
tenía un duro, pero era la mujer más feliz del mundo, allí en el
pueblo, con mis vacas, con mis ovejas, con mis padres.... bueno, no,
feliz no era, la verdad, para que voy a mentir, pero llevaba una vida
tranquila, sin sobresaltos... sin ti, que no eres más que un
energúmeno, un hombre sin sentimientos, un déspota y un paleto.
Pero la culpa la he tenido yo, por hacer caso a los demás en lugar
de tomar mis propias decisiones. Si hubiera seguido al lado de Pedro,
mi novio de toda la vida, seguro que a estas alturas no estaría
lamentándome ni pasando por esta situación, pero claro llegaste tú,
con tu padre millonario, otro paleto de tres pares de narices que se
cree que porque hizo dinero en el extranjero ya es un tipo
importante, y lo echaste todo a perder.
Pedro me quería,
me adoraba, juntos íbamos al cine los domingos, o a pasear por la
alameda, incluso a veces, por semana, nos poníamos de acuerdo para
llevar las vacas a pastar. Sí ya sé lo qué estás pensando, que
vaya diversión más tonta, pero para que te enteres, mientras las
vacas pastaban Pedro yo hablábamos de nuestras cosas y así
disfrutábamos a nuestra manera. Charlábamos de nuestros planes, de
ahorrar para comprar un piso, casarnos, conseguir un buen trabajo en
la capital y largarnos del pueblo para siempre.... pero todo se
desbarató cuando tu apareciste. Con un papá millonario y un futuro
prometedor por delante, te fuiste a fijar en mí y no paraste hasta
que me conseguiste. No sé por qué lo hice, por qué me dejé
embaucar por ti, con lo feliz que era yo con mi Pedro, pero entre tu
insistencia y la insistencia de los demás, sobre todo de mi hermana,
que siempre tuvo muchos aires de grandeza y me decía que tú eras la
oportunidad perfecta para salir de la miseria. Era una exagerada,
siempre lo fue, nunca vivimos en la miseria ni mucho menos, lo que
pasa que la vida en el pueblo alicientes tenía pocos, en éso le doy
la razón, y ella consideraba que Pedro era parte del pueblo en sí y
que tú eras mucho más glamuroso, como se dice ahora. Por eso en
cuanto supo de tu interés por mí, comenzó a comerme la cabeza. Que
si eras así, que si eras asado, que si estudiabas para médico, que
si iba a vivir como una reina... y yo, de estúpida, caí. Dejé a mi
Pedro, que no me quiero acordar la cara de pasmarote que le quedó al
pobre cuando le dije que me iba contigo, y nos casamos en menos de
nada. Todavía parece que estoy viendo sus ojillos llorosos fijos en
mí cuando salíamos de la iglesia después de darte el sí quiero,
pobrecillo, ahora que lo recuerdo me da una pena.... aunque en aquel
momento no me dio ninguna. Me habíais lavado tanto el cerebro entre
todos que en lo que menos pensaba era en la desdicha de mi antiguo
novio, y en cuanto regresamos de la luna de miel en Nueva York, que
en aquellos años nadie iba a Nueva York, y nos asentamos en nuestro
magnífico piso en Madrid, se me olvidó por completo Pedro y
nuestras charlas mientras las vacas pastaban. Poco sospechaba yo lo
que le iba a echar de menos cuando comenzaras tus correrías.
Al principio fue
todo maravilloso o al menos eso me lo parecía a mí, que a estas
alturas ya no estoy segura de nada, el caso es que yo era feliz, como
suelen ser felices los imbéciles, que no se enteran de nada. Eras un
hombre tan detallista, tan cariñoso, me hacías sentir tan
especial... no podía pedir más. Me dabas dinero y una buena
posición, porque eso sí, siempre fuiste el mejor en tu profesión y
por eso conseguiste ir haciéndote un hueco entre la gente
importante. Aun tengo en la mente la primera vez que nos invitaron a
una recepción con el presidente del gobierno, que por aquel entonces
era aquel tipo con bigote de foca de cuyo nombre no quiero acordarme.
No, no me caía bien, nunca me cayó, pero una recepción en la
Moncloa no era cosa de despreciar. Claro que no te creas que no me
percaté de las miradas de superioridad que me lanzaban algunas, y
también de las pasionales que paseabas tú por los cuerpos de otras,
lo que pasa que como era tan tonta, me decía a mí misma que eran
imaginaciones mías, que un hombre que me trataba como a una reina,
como hacías tú, no podía desear a ninguna otra mujer. Ilusa de mí.
La primera vez que
me la pegaste fue con aquella azafata del vuelo a Islandia, nuestras
primeras vacaciones después de tener a los gemelos. Sí, disimulaste
muy bien, pero a ver, yo seré lo que quieras pero tonta desde luego
que no, eso de que te quedaste encerrado en el lavabo y ella al ir a
ayudarte se quedó encerrada contigo también, no se lo cree nadie.
Aquel día sí que comencé a sospechar que no eras trigo limpio. Y
luego ya se me quitó la venda de los ojos, no me quedó más
remedio. Siempre era la última en enterarme, como suele pasar, pero
al final me enteraba. Te tiraste a la mujer del ministro de defensa,
a la suegra de tu mejor amigo, a la jefa de residentes del hospital,
a la mujer de la limpieza del tanatorio... que yo creo que llegó un
punto en que te dio lo mismo quién fuera ella, con tal de tener
donde meterla. Oh sí, ya sé que ahora mismo, mientras lees estas
letras, estarás pensando que soy una ordinaria. Pero ordinario eres
tú, que lo sepas, porque ya me dirás si no es ordinariez que ayer
te haya encontrado en nuestra cama, montándotelo con la señora
Petra, la del ultramarinos y con Alba, la mejor amiga de nuestra
hija, mientras el marido de la señora Petra, que ya está más
achacoso que otra cosa, os miraba desde el sillón de la esquina a la
vez que le caía un hilillo de baba por la comisura de los labios. No
hijo, ya no hay más perdones. Llevo mucho tiempo aguantándote
impertinencias y ya no lo soporto más. Lo dicho, que recojas todo y
te largues de casa cuanto antes mejor.
Por cierto, que
sepas que cuando leas esta carta yo estaré de viaje a las Maldivas
con Pedro, con mi Pedro, el que nunca debí dejar, el que me está
haciendo feliz desde hace unos cuantos meses, a ver si te ibas a
creer que solo tu me la podías pegar.
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