No
te perdono lo último que me has hecho.
No me mires así con esos ojos como si no hubieses roto un plato o no
supieses de lo que te estoy hablando. Llevas haciéndome muchas
faenas a lo largo de veinte años que nos conocemos. Al principio yo
creo que más que no darme cuenta las dejaba pasar por aquello de que
en la amistad hay que aceptar a la persona tal y como es y en eso
estoy de acuerdo, pero cuando los errores son cometidos en uno mismo,
no para dañar a tu amiga, menospreciándola o ignorándola. Sólo
acordándote de Santa Barbara cuando llueve y se acabó, aquí no va
a haber más miramientos ni más tonterías. Y esto último.... Esto
ya si que se ha pasado de castaño oscuro. Mira eh? No me pongas
cara como de llorar y ni se te ocurra abrir la boca para disculparte
porque lo tuyo no tiene perdón, así que no vayas a ir de víctima tú
ahora.
Sé
que mañana pasearas felizmente por las calles de cualquier ciudad de
las que visitas y si alguien te pregunta por mi contestaras “huy,
no sabes lo que me ha hecho y patatin y patatan” Que le das a todo
la vuelta, que no sé como él se ha fijado en ti, si además eres
fea y te crees que eres la más hermosa.
Bastante
castigo tienes con lo que te viene encima. Quedarte embarazada... ¡a
tu edad!; ¡por Dios, qué desfachatez! Y para colmo con esa
enfermedad que conservas desde tu adolescencia, más bien adicción.
¿Piensas que nos creemos que lo tienes superado? Ojalá que todo te
salga bien, porque esa criatura no tiene la culpa de que su madre sea
un parásito.
No
te bastó con quitarle el marido a una pobre mujer con dos hijos
adolescentes hace años, claro que ese tipo con el que te liaste en
aquella gira, iluminar iluminaría el escenario, pero tenía muy
pocas luces. Y ahora conoces hace dos meses a mi nuevo novio, te lo
ligas, porque es otro gilipollas y me cuenta que se ha enamorado de
ti y que te ha dejado preñada sin querer! ¡sin querer!, ¡madre
mía!
La
única escena que me vas a ver montar es esta ahora mismo, ¡mala
amiga, pedazo de guarra!. Te mereces toda esta mala suerte que estas
teniendo en tu trabajo. ¡Envidiosa, mala pécora!. No, tranquila, no
hace falta que te escudes con tus brazos no te pienso tocar con
ningún dedo, pero sí te escupo. ¡Cerda! ¿Quién te crees que
eres? ¡di! ¿Cleopatra?, pues más que esa semidiosa de Egipto eres
una de las viboras que acabó con su vida.
Pero
el tiempo pone a cada uno en su lugar y tú estarás pronto en el
fango. Te has metido en medio de mi pareja porque él es un hombre de
dinero, empresario brillante, pero ya ves un torpe que ha tropezado
con alguien como tú. ¡Eh!, ni se te ocurra tocarme. ¿vale?. Sí,
lárgate, ¡márchate para siempre! ¡sal de mi vida de una vez!
¡Puta! …. ¿qué? ¿Qué pasa? ¿Me miras con ojos retadores?
Mira
bonita, te has metido en terreno ajeno, donde la amistad debería ser
sagrada, tienes que reconocer que tu de esa palabra no conoces ni la
“A”. No, no te vayas, aún no he terminado y quiero que me
escuches hasta el final. Y no quiero llorar, ni caso haré a estas
lágrimas traicioneras que se escapan, ni a esta voz que comienza a
quebrarse porque esta rabia que ves, ésta ira que me sale es porque
tu eras para mi como una hermana. Te quise tanto... y me has roto el
corazón, me lo habéis roto los dos. ¿Cómo habéis podido hacerme
ésto? ¡No!, ¡te ruego que no me toques! Y te agradezco que no me
contestes ni me repliques. Aún hay algo que recuerdas de mi y sabes
que es mejor que suelte mi lava... ya luego me calmaré aunque el
dolor siga por dentro... (hay
un silencio de unos segundos)
Y me sale ahora una risa de las entrañas, tan irónica como mi
destino. Él me cuenta todo. El hombre con el que me iba a casar
después de dos años de relación y comienza diciéndome “Te voy a
ser sincero, amo a otra” y me lo suelta así como el que juega al
poker y enseña un fool. Tranquilo, como si nada y yo empecé a
parecerme a un toro bravo. Sí, igual que hace un momento contigo,
pero si he de compararme creo que más bien soy una Yocasta o su hija
Antigona, un drama griego. Siempre me has llamado dramática, a pesar
de no dedicarme al teatro...
Te
ruego que después de haber hecho lo que has hecho no te compadezcas
de mi, ahora vete y déjame tranquila. Quiero estar sola, y dejar que
salgan de una vez éstas lágrimas amargas, quiero hacerlas libres y
que rieguen mi corazón ajado. ¡Vete, te digo!... (se
queda sola)
Tengo derecho a hablar conmigo misma, a darme un tiempo de luto y
dolor, a auto-compadecerme. E aquí una victima del amor de amistad y
del amor de pareja. ¡Maldito San Valentín, yo no tengo nada que
celebrar!.
Y
levantándose del suelo donde se había dejado caer, coge un cubo y
la fregona y comienza a secar las lágrimas del suelo o a borrar toda
huella del pasado mientras que canta “qué tiene la zarzamora que a
todas horas llora que llora por los rincones”
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