Relato inspirado en la fotografía
Mi
nombre es Carmen, me llamaba Carmelilla de joven y Carmela después.
Nos conocimos al iniciar mi primer trabajo. Nada más recoger el
título de periodismo me presenté en las oficinas de un periódico.
No tuve que rogar ni convencer, me aceptaron nada más llegar,
enviándome a mi primer destino, la crónica de una de tantas guerras
que poblaban este mundo.
Pagaban
buen sueldo además del billete de avión y un buen hotel en destino.
Apenas tenía una mínima noción de cómo escribirla, tan sólo me
indicaron que me dejara llevar por el instinto e intentara
diariamente enviar el material.
Sentada
en aquel avión, el primero de muchos que hube de tomar a lo largo de
mi carrera, estaba él, a mi vera. Un famoso periodista y escritor,
veterano de muchas guerras, al lado de una novata de la narración,
que no callaba debido a los nervios del encuentro. Recuerdo que
pidió un whisky a la azafata y a sorbitos me lo hizo tomar, luego
tras un breve silencio me dijo: observa, escucha y toma nota, no te
dejes llevar por sentimientos y narra todo tal cual lo veas, en
cuanto puedas, cómprate unos tapones para los oídos, los vas a
necesitar.
Llegados
a destino, no le volví a tropezar hasta el viaje de vuelta, que
nuevamente coincidimos en asientos contiguos del avión. Tras
intercambiar impresiones y experiencias, se durmió sobre mi hombro,
no había pegado ojo en toda la semana. Fue en ese instante cuando
me dejé hechizar. Admiración, deseo, cariño y amor, se me junto
todo en uno, pero no podía dejarme llevar, él veinte años mayor y
famoso, yo sólo era una más de las muchas que pretendían figurar y
trabajar para un gran periódico.
Mis
crónicas consiguieron gustar. Sin entrar a valorar e intentando ser
lo más imparcial posible, logré hacerme un nombre en el panorama
nacional. Además de reportajes, me hice un hueco en ese mundillo
gracias a entrevistas y comentarios en programas de televisión.
Disfrutaba con mi trabajo aunque no el lugar en el que lo debía
desempeñar, siempre en guerra, con ruido de ametralladoras, bombas o
cañones, oliendo a pólvora, sudor o suciedad, y siendo testigo de
cómo unos infligían daño sin piedad. Terminé por crearme una
coraza que impidió a otros entrar en mi vida, menos a él, a quien
nunca pude confesar mis sentimientos pero con quien más a gusto me
hallaba.
Coincidimos
en muchas misiones, mismo avión y asientos pegados, llegando a
pensar que el destino nos unía una vez más y nos separaba
cruelmente, desconociendo si al cabo de unos días volveríamos a
charlar o habríamos caído bajo el fuego amigo o enemigo, porque
realmente eso nunca se podrá contar.
Tras
muchas incursiones en países bélicos, decidió retirarse, ya estaba
mayor para correr, agacharse o esquivar balas o derrumbe de
edificios, esa fue la explicación que dio, y a pesar de que aún
estaba de buen ver y su forma física era mucho mejor que algunos de
su edad, comprendí que estuviera cansado y deseara lograr algo de
paz y sosiego en su vida. Veía su futuro dando charlas,
conferencias, entrevistas y publicando libros, tenía mucho que
contar, muchas historias recopiladas en su memoria y era hora de que
tuvieran vida propia y empezaran a hablar.
Tras
pensármelo mucho y darle vueltas en la cabeza, decidí ofrecerme
como asistente personal, secretaria, ama de llaves o cualquier cargo
que le pareciera bien, con tal de ayudarle en su nueva singladura.
Intentó disuadirme, convenciéndome que tenía un futuro prometedor
en el periodismo, era muy buena y tenía gran reputación. Pero por
más razones que esgrimió, no me hizo cambiar, estaba decidida a
abandonarlo todo por él. Fue en ese instante cuando sin yo decirlo,
se dio cuenta que le amaba. Me miró fijamente a los ojos y en ellos
descubrió lo que sentía hacia él, sonrió y tiernamente me besó,
y aunque el momento fuera romántico, se despojó de todo su pudor y
me explicó que si íbamos a tener una relación sentimental, él no
podría cumplir. En una de esas guerras en las que estuvo destinado,
fue herido en una explosión, la escasa ayuda sanitaria llegó tarde
y para cuando decidieron repatriarle, la lesión fue irrecuperable,
había perdido su miembro viril y nunca podría tener relación
carnal con mujer.
Reconozco
que un poco si me fastidió, pero le adoraba, quería estar cerca y
con eso me conformaba. Así fue como iniciamos una relación
personal más estrecha, ayudándole y apoyándole cada día y
controlando en la sombra su nueva faceta. Pero en esta vida no hay
nada duradero y llegó el día de nuestra despedida.
Con
muchos preámbulos me confesó que haber coincidido tantas veces en
destinos bélicos no fue mera casualidad, sí el estar presente al
leer mi tesina en la facultad, había acudido a escuchar a una
compañera hija de un buen amigo, y la siguiente había sido yo. Le
interesó tanto la forma en que expuse mi trabajo, el modo en que lo
defendí y el relato que narré le atrapó. Descubrió que tenía
buenas cualidades para la profesión y que iba a tener un gran futuro
y ser de una gran valía, por lo que me recomendó a todos los
periódicos del momento por si me personaba en alguno buscando
trabajo. En cuanto supo de primera mano quien me había contratado,
puso los medios para coincidir en viajes, hoteles y destinos, era su
forma de ayudarme a encauzar mi carrera, se había propuesto ser mi
padrino en la sombra, y vaya si lo hizo. No pude por menos que
enfadarme, aunque enseguida se me pasó, porque la confesión daba
paso al adiós.
Tras
quince años juntos, ayer nos despedimos. Una grave enfermedad se lo
llevó y él como reportero de tantas miserias, no quería morir en
la cama, sino hacerlo en el aire, cerca de esas almas de las que
tanto habló y contó, pero que no pudo ayudar porque ese no era su
cometido.
Sus
amigos con gran entereza estuvieron acompañándole en el último
paso. El día soleado de primavera no podía ser mejor, nos
acercamos al campo de despegue, la hierba de un verde luminoso hacía
resplandecer todo el área, alguna tímida flor intentaba asomar y
los globos, muchos globos, comenzaron a hincharse, el de más vivos
colores era el nuestro. Todos iban a elevarse a la par, y en medio,
nosotros. Ascendimos al cielo, acercándonos poco a poco a las
nubes. El único sonido era el del quemador de gas. Se quitó la
mascarilla de oxígeno que hacía meses se veía obligado a llevar
puesta noche y día. Lentamente, se fue sentando y quedándose
dormido, arriba, en el cielo. A pesar del colorido del paisaje
alegrado por los vistosos globos, los amigos serios y tristes lo
contemplaron todo en silencio, debido al dolor de perder a un gran
ser humano, a un gran narrador. Y tal como se habían inflado,
aquellos globos que inundaron de colores el campo, se fueron
desinflando al unísono, en homenaje a un buen amigo.
En
recuerdo de tan triste y emotivo día alguien hizo una preciosa foto,
y dicha imagen de un campo lleno de globos multicolores, preside las
escuelas que llevan su nombre, en los países donde trabajó como
reportero. Su legado fue una fundación para educar y ayudar a niños
de la guerra, para crear un país mejor, libre del dolor y la pérdida
que por desgracia él contempló y difundió mientras vivió, para
que mediante el estudio pudieran volar y ser libres como él siempre
intentó.
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