Y su espíritu voló - Marian Muñoz





Relato inspirado en la fotografía

Mi nombre es Carmen, me llamaba Carmelilla de joven y Carmela después. Nos conocimos al iniciar mi primer trabajo. Nada más recoger el título de periodismo me presenté en las oficinas de un periódico. No tuve que rogar ni convencer, me aceptaron nada más llegar, enviándome a mi primer destino, la crónica de una de tantas guerras que poblaban este mundo.
Pagaban buen sueldo además del billete de avión y un buen hotel en destino. Apenas tenía una mínima noción de cómo escribirla, tan sólo me indicaron que me dejara llevar por el instinto e intentara diariamente enviar el material.
Sentada en aquel avión, el primero de muchos que hube de tomar a lo largo de mi carrera, estaba él, a mi vera. Un famoso periodista y escritor, veterano de muchas guerras, al lado de una novata de la narración, que no callaba debido a los nervios del encuentro. Recuerdo que pidió un whisky a la azafata y a sorbitos me lo hizo tomar, luego tras un breve silencio me dijo: observa, escucha y toma nota, no te dejes llevar por sentimientos y narra todo tal cual lo veas, en cuanto puedas, cómprate unos tapones para los oídos, los vas a necesitar.
Llegados a destino, no le volví a tropezar hasta el viaje de vuelta, que nuevamente coincidimos en asientos contiguos del avión. Tras intercambiar impresiones y experiencias, se durmió sobre mi hombro, no había pegado ojo en toda la semana. Fue en ese instante cuando me dejé hechizar. Admiración, deseo, cariño y amor, se me junto todo en uno, pero no podía dejarme llevar, él veinte años mayor y famoso, yo sólo era una más de las muchas que pretendían figurar y trabajar para un gran periódico.
Mis crónicas consiguieron gustar. Sin entrar a valorar e intentando ser lo más imparcial posible, logré hacerme un nombre en el panorama nacional. Además de reportajes, me hice un hueco en ese mundillo gracias a entrevistas y comentarios en programas de televisión. Disfrutaba con mi trabajo aunque no el lugar en el que lo debía desempeñar, siempre en guerra, con ruido de ametralladoras, bombas o cañones, oliendo a pólvora, sudor o suciedad, y siendo testigo de cómo unos infligían daño sin piedad. Terminé por crearme una coraza que impidió a otros entrar en mi vida, menos a él, a quien nunca pude confesar mis sentimientos pero con quien más a gusto me hallaba.
Coincidimos en muchas misiones, mismo avión y asientos pegados, llegando a pensar que el destino nos unía una vez más y nos separaba cruelmente, desconociendo si al cabo de unos días volveríamos a charlar o habríamos caído bajo el fuego amigo o enemigo, porque realmente eso nunca se podrá contar.
Tras muchas incursiones en países bélicos, decidió retirarse, ya estaba mayor para correr, agacharse o esquivar balas o derrumbe de edificios, esa fue la explicación que dio, y a pesar de que aún estaba de buen ver y su forma física era mucho mejor que algunos de su edad, comprendí que estuviera cansado y deseara lograr algo de paz y sosiego en su vida. Veía su futuro dando charlas, conferencias, entrevistas y publicando libros, tenía mucho que contar, muchas historias recopiladas en su memoria y era hora de que tuvieran vida propia y empezaran a hablar.
Tras pensármelo mucho y darle vueltas en la cabeza, decidí ofrecerme como asistente personal, secretaria, ama de llaves o cualquier cargo que le pareciera bien, con tal de ayudarle en su nueva singladura. Intentó disuadirme, convenciéndome que tenía un futuro prometedor en el periodismo, era muy buena y tenía gran reputación. Pero por más razones que esgrimió, no me hizo cambiar, estaba decidida a abandonarlo todo por él. Fue en ese instante cuando sin yo decirlo, se dio cuenta que le amaba. Me miró fijamente a los ojos y en ellos descubrió lo que sentía hacia él, sonrió y tiernamente me besó, y aunque el momento fuera romántico, se despojó de todo su pudor y me explicó que si íbamos a tener una relación sentimental, él no podría cumplir. En una de esas guerras en las que estuvo destinado, fue herido en una explosión, la escasa ayuda sanitaria llegó tarde y para cuando decidieron repatriarle, la lesión fue irrecuperable, había perdido su miembro viril y nunca podría tener relación carnal con mujer.
Reconozco que un poco si me fastidió, pero le adoraba, quería estar cerca y con eso me conformaba. Así fue como iniciamos una relación personal más estrecha, ayudándole y apoyándole cada día y controlando en la sombra su nueva faceta. Pero en esta vida no hay nada duradero y llegó el día de nuestra despedida.
Con muchos preámbulos me confesó que haber coincidido tantas veces en destinos bélicos no fue mera casualidad, sí el estar presente al leer mi tesina en la facultad, había acudido a escuchar a una compañera hija de un buen amigo, y la siguiente había sido yo. Le interesó tanto la forma en que expuse mi trabajo, el modo en que lo defendí y el relato que narré le atrapó. Descubrió que tenía buenas cualidades para la profesión y que iba a tener un gran futuro y ser de una gran valía, por lo que me recomendó a todos los periódicos del momento por si me personaba en alguno buscando trabajo. En cuanto supo de primera mano quien me había contratado, puso los medios para coincidir en viajes, hoteles y destinos, era su forma de ayudarme a encauzar mi carrera, se había propuesto ser mi padrino en la sombra, y vaya si lo hizo. No pude por menos que enfadarme, aunque enseguida se me pasó, porque la confesión daba paso al adiós.
Tras quince años juntos, ayer nos despedimos. Una grave enfermedad se lo llevó y él como reportero de tantas miserias, no quería morir en la cama, sino hacerlo en el aire, cerca de esas almas de las que tanto habló y contó, pero que no pudo ayudar porque ese no era su cometido.
Sus amigos con gran entereza estuvieron acompañándole en el último paso. El día soleado de primavera no podía ser mejor, nos acercamos al campo de despegue, la hierba de un verde luminoso hacía resplandecer todo el área, alguna tímida flor intentaba asomar y los globos, muchos globos, comenzaron a hincharse, el de más vivos colores era el nuestro. Todos iban a elevarse a la par, y en medio, nosotros. Ascendimos al cielo, acercándonos poco a poco a las nubes. El único sonido era el del quemador de gas. Se quitó la mascarilla de oxígeno que hacía meses se veía obligado a llevar puesta noche y día. Lentamente, se fue sentando y quedándose dormido, arriba, en el cielo. A pesar del colorido del paisaje alegrado por los vistosos globos, los amigos serios y tristes lo contemplaron todo en silencio, debido al dolor de perder a un gran ser humano, a un gran narrador. Y tal como se habían inflado, aquellos globos que inundaron de colores el campo, se fueron desinflando al unísono, en homenaje a un buen amigo.
En recuerdo de tan triste y emotivo día alguien hizo una preciosa foto, y dicha imagen de un campo lleno de globos multicolores, preside las escuelas que llevan su nombre, en los países donde trabajó como reportero. Su legado fue una fundación para educar y ayudar a niños de la guerra, para crear un país mejor, libre del dolor y la pérdida que por desgracia él contempló y difundió mientras vivió, para que mediante el estudio pudieran volar y ser libres como él siempre intentó.










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