Autenticidad -Dori Terán


                                          


El invierno en las montañas era gélido y duro. La frialdad de los hielos permanentes imprimían en la brisa un cuchillo hiriente para el rostro apenas descubierto tras la gruesa bufanda. Unos atardeceres tempranos ocultaban la mayoría de los días el sol atrevido y osado que se había permitido desafiar a la oscuridad. Había otras tardes grises y ventosas con cielos cubiertos de nubes amenazantes que por momentos soltaban la carga de lluvia y granizo que portaban y que no se distinguían de las mañana y de los amaneceres y apenas de la noche porque la bruma plomiza era la reina de todo el día. Ana vivía en el lugar. Cada mañana se vestía prenda sobre prenda buscando el abrigo del cuerpo y escondiendo el cutis del aire y del frio. Cada noche al desnudarse no podía evitar sentirse como una cebolla que se pela capa tras capa apartando la piel oscura y seca para dejar al descubierto la blancura del tubérculo tan apreciado por sus mil posibilidades de exquisitez en el acompañamiento de otros elementos culinarios. Cierto que esa carnosidad rica y multifacética arrancaba a menudo las lágrimas de quien la pelase, pero manifestar su esencia tal cual, sin máscaras y con pureza era lo que le confería la diversidad enriquecedora, la complementación sabrosa, la misión y la belleza de su existencia. Si, decididamente Ana se planteó ser la cebolla pelada. Si bien apenas descubriría su naricilla ante el audaz sol de algunas mañanas, si desnudaría su alma sin pudor alguno. La tacharían de loca, esto no estaba de moda y sistema. No importa. Sus luces y sus sombras al servicio de la vida. Autenticidad.






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